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El auténtico desarrollo humano

A LA LUZ DE LA DOCTRINA SOCIAL CRISTIANA

Andrés Jiménez Abad

4. El respeto y la promoción de los derechos humanos, de los individuos, de las naciones y de los pueblos.

Un desarrollo meramente económico subordina fácilmente a la persona humana y sus necesidades más profundas a las exigencias de la planificación económica o de la ganancia a ultranza o exclusiva.

Existe una conexión intrínseca entre el desarrollo auténtico y el respeto de los derechos del hombre, de sus exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad legítima de cada comunidad, empezando por la familia.

En el orden interno de cada nación han de ser respetados especialmente el derecho a la vida en todas las fases de la existencia, los derechos de la familia en cuanto comunidad social básica, la justicia en las relaciones laborales, los derechos políticos y los derechos propios de la dimensión trascendente del ser humano; los derechos religiosos y de una conciencia únicamente vinculada a la verdad, porque no es posible un progreso auténtico sin el respeto del derecho natural y originario de todo ser humano a conocer la verdad y a vivir de acuerdo con ella.

En el orden internacional es preciso respetar la identidad de cada pueblo en el reconocimiento de una igualdad fundamental. Y en especial ha de atenderse al desequilibrio existente entre distintas áreas del planeta. Los pueblos pobres tienen derecho a participar y a gozar de los bienes materiales, y a hacer fructificar su capacidad de trabajo, colaborando a humanizar y hacer más habitable y acogedor el mundo. La opción y el amor preferencial por los más pobres es la primera medida de cualquier forma de solidaridad. No puede haber desarrollo auténtico sin solidaridad.

El verdadero desarrollo ha de fundarse, en fin, en el amor a Dios y al prójimo, favoreciendo las relaciones entre los individuos y las sociedades: la “civilización del amor”. Esta civilización reclama hombres y mujeres concretos que personal y asociadamente promuevan la conciencia de unidad moral entre todos los hombres, que promuevan un cambio de esquemas culturales, modos diferentes de organización y de convivencia donde cada uno pueda dar y recibir, done el progreso de unos no sea obstáculo para el desarrollo de los otros ni un pretexto para su servidumbre.

El amor y el compromiso personal a favor de quienes padecen alguna forma de miseria son testimonio de la raíz de la dignidad del ser humano, a quien se valora más por serlo que por lo que tiene; son testimonio de que esa fuente de dignidad no puede ser destruida, cualquiera que sea la situación de desprecio, de miseria, de impotencia, de enfermedad o de rechazo a la que un ser humano se vea reducido. Pero el orden entre los hombres sólo puede nacer del orden interior del hombre. Las estructuras sociales son reflejo de la orientación que el ser humano confiere a su pensamiento y a su actividad.


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