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Sólo se ve bien con el corazón

Leyendo El Principito de
A. SAINT-EXUPÈRY

Andrés Jiménez Abad

"A LAS PERSONAS MAYORES LES ENCANTAN LAS CIFRAS"

En el capítulo III de El principito, nuestro aviador recibe un disgusto notable cuando su nuevo y misterioso amigo le pregunta por su avión averiado y se refiere a él diciendo:

“-¿Qué es esta cosa?

-No es una cosa. Vuela. Es un avión. Es mi avión”, contesta, algo picado, el piloto, que hasta hoy se había sentido orgulloso de su profesión y de su género de vida, pero que ha descubierto ahora la soledad real en la que vivía.

Y entonces el principito soltó una magnífica carcajada que irritó al aviador:

-“¡Tú también has caído del cielo… qué gracioso… La verdad es que en esto no puedes haber venido de muy lejos…”

Y es que al aviador, como a cualquiera, no le gustaba que se tomaran a broma su desgracia, especialmente al comprobar que su proyecto de vida no daba para mucho.

Pero ya en el capítulo IV, ese “tú también has caído del cielo”, lleva al piloto a interesarse por el lugar de origen del niño. Sí, el jovencito procedía de otro planeta, de otro mundo… Por cierto, nada grande ni vistoso. Llevaba allí una vida muy corriente en un planeta pequeño, vulgar incluso. Presumiblemente, se nos dirá, se trataba del asteroide B 612. Porque habrá de saberse que los astrónomos asignan un número por nombre a esos pequeños mundos, a esas vidas que son tan simples que apenas se ven con el telescopio o con los grandes titulares.

Es muy divertida la historia del descubrimiento del asteroide B 612, por cierto. A través de ella, en el libro se acentúa el contraste entre aquellas dos miradas tan distintas: la mirada de los niños –esa mirada que lleva a comprender la vida- y la superficial mirada de las personas mayores, tan “razonable y común”, tan atenta a lo inmediato, a la rentabilidad de los resultados y sobre todo a las apariencias.

La indumentaria del astrónomo turco que descubrió el planeta del principito hizo que nadie creyera su demostración. Pero cuando la repitió vestido a la europea, “todo el mundo compartió su opinión”. Y comenta el autor:

“A las personas mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo.

A las personas mayores les encantan las cifras

Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"

A las personas mayores les encantan las cifras

De tal manera, si les decimos: "La prueba de que el principito ha existido está en que era un muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que uno existe", las personas mayores se encogerán de hombros y os tratarán como a unos niños. Pero si les decimos: "el planeta de donde venía el principito era el asteroide B 612", quedarán convencidas y no se preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.

Pero nosotros, que sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A mí me habría gustado más comenzar esta historia a la manera de los cuentos de hadas. Me habría gustado decir:

"Érase una vez un principito que habitaba un planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo". Para aquellos que comprenden la vida, esto hubiera parecido más real.”

La mirada superficial y pragmática de las personas mayores impide ver a la persona más allá de su apariencia. Es algo así como aquellos dos circos que aparecen en el magnífico cortometraje: "El circo de la mariposa" (Joshua Weigel, 2009): el Circo Carnaval, fascinado por las máscaras y desentendido de las personas, y el Circo de la Mariposa, en el que se todos se saben portadores en su interior de una dignidad única.

Ocurre además que los números son anónimos y sustituibles (“un hombre es un millón de hombres partido por un millón”, decía A. Koestler), pero las personas no. Por eso puede ser muy, pero que muy peligroso e injusto que a las personas se las trate como números.

Y quizás ello explique que sea tan difícil encontrar un verdadero amigo -los amigos son únicos, irrepetibles- que nos haga salir de nuestra soledad. Por eso, el aviador, años más tarde, pondrá todo su afán en no olvidar a su amigo el principito:

“Es muy triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas mayores, que sólo se interesan por las cifras.”

La mirada de los niños, ajena a todo utilitarismo, es capaz de “ver corderos a través de las cajas”; pero el pobre aviador confiesa desconsolado que le resulta imposible: “-Soy quizá un poco como las personas mayores. Debo de haber envejecido”. En la dedicatoria del libro, Saint Exupèry había escrito que “todas las personas mayores han sido niños antes… Pero pocas lo recuerdan.” Quizás por eso es tan importante haber hallado por fin a un amigo, al otro lado de la desolación.

Y hay aún otro dato muy interesante: se nos ha dicho que el principito “tenía necesidad de un amigo”. Es decir, que ya ha pasado por una situación parecida a la que ahora atraviesa el aviador. Dos historias paralelas de desencuentro y de amistad… Tal vez, en el fondo, la misma historia.


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