Saber mirar
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Rubén Darío, ¿Dichoso el árbol que es apenas sensitivo?

Su vida y obra literaria nos ayudan a comprender que no sirve cualquier senda para llegar a la felicidad y, sobre todo, si es contraria al fin y al destino del ser humano

LA OTRA IMAGEN DE RUBÉN DARÍO

La otra imagen de Rubén Darío

A FRANCISCA


Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame.


En mi pensar de duelo y de martirio,
casi inconscientemente me pusiste miel.
Multiplicaste pétalos de lirio.
y refrescaste la hoja de laurel.


Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender.
Enciendes luz en las horas del triste.
Pones pasión donde no puede haber.


Seguramente Dios te ha conducido,
para regar el árbol de mi fe.
Hacia la fuente de noche y de olvido
Francisca Sánchez, acompáñame.

Siempre me pareció Rubén Darío un gigante inconmensurable. La amplitud de su temática y la variedad de sus formas estéticas no son fácilmente abarcables. Lo hemos considerado el poeta modernista por antonomasia. El nicaragüense que trajo a España una lengua renovada, con resortes musicales y figurativos que entusiasmaron desde el primer momento y crearon escuela y seguidores.

No se trataba de deslumbrar con la sonoridad de los ritmos, ni con las evocaciones elitistas y aristocráticas de las divinidades griegas o el decadentismo exquisito del mundo versallesco. Huir de lo vulgar y refugiarse en delicadas torres de marfil, frente a la atrofia estética del mundo burgués, era otra manera de denunciar el fracaso de unas revoluciones que si triunfaron en la transformación del orden social, dejaron vacío y desencantado el mundo.

Se ha relacionado el modernismo con el movimiento romántico, como más tarde se hará con algunos movimientos de vanguardia, el surrealismo, por ejemplo. Se trata del renacer de los irracionalismos, a veces vías desesperadas para encontrar un sentido a la vida.

El modernismo estético es un movimiento sensorial: “arte de refinar sensaciones”. Su hedonismo es patente. Quizás en ello radique su breve duración. Pero esconde mayor hondura. La figura retórica más representativa es la sinestesia. No se puede explicar como simple cruce de sensaciones distintas en un punto subjetivo común. Es un símbolo conceptual y un instrumento cognitivo. El anhelo de belleza abre el camino a la búsqueda de Dios, Belleza total, como lo hizo Juan Ramón Jiménez. ¿Se quedó en panteísmo? ¿Adivina al Dios personal y trascendente al mundo?

Los estudiantes de mi generación asociamos a Rubén con numerosos poemas. Nos solíamos saber de memoria al menos los primeros versos:


Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...


A MARGARITA DEBAYLE


Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:


LOS MOTIVOS DEL LOBO


El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,


ERA UN AIRE SUAVE...


Era un aire suave, de pausados giros;
el hada Harmonía rimaba sus vuelos,
e iban frases vagas y tenues suspiros
entre los sollozos de los violoncelos.


Sobre la terraza, junto a los ramajes,
diríase un trémolo de liras eolias
cuando acariciaban los sedosos trajes,
sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias.


La marquesa Eulalia risas y desvíos
daba a un tiempo mismo para dos rivales:
el vizconde rubio de los desafíos
y el abate joven de los madrigales.


SONATINA


La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,


MARCHA TRIUNFAL


¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines,
la espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.

Sin duda todos de enorme musicalidad y elegancia. Si nos quedáramos en ellos, resultaría una poesía tan linda como vacía. El modernismo estético es mucho más. Y algún día nos detendremos en desvelarlo. En la serie de artículos que inicio sobre Rubén Darío me propongo resaltar una vertiente más intimista en la que podemos contemplar la desazón espiritual en que vive el hombre contemporáneo al haber arrojado a Dios como si fuera lastre de otros tiempos. Rubén, en su vida y, sobre todo en su poesía a partir de Cantos de Vida y Esperanza (1905) es una lección paradigmática, aunque resulte poco ejemplar, de este desasosiego interior y desesperación vital. A mí personalmente me llegan mucho más sus poemas intimistas que los orquestales y plásticos.

Para un lector conocedor de Rubén, el poema que os ofrezco, es cuando menos llamativo. El eneasílabo con que cierra el primer y cuarto serventesio rompe con su concepción poética dedicada a la mujer. “Francisca Sánchez, acompáñame” no puede ser más coloquial, propio del habla utilizada en la comunicación de cada día. En Rubén este verso supone una revolución en la forma y en el fondo. La poesía es la vida y la verdad. Algunas corrientes poéticas posteriores siguieron este camino. ¿No cantaba que la mujer ideal tenía que ser o griega, o japonesa o, sobre todo francesa?

Para ver el contraste, selecciono un fragmento de uno de los poemas más representativos de esa refinada búsqueda de sensaciones en este caso en el amor. Elijo el comienzo y el final del poema. Observen el refinado y exigente ideal de mujer cuya presencia se conoce porque, al suspirar ella, se perciben olfativamente fragancias que hacen delirar a las liras (sinestesia entre olfato y oído). Hipérbole en la descripción de la belleza femenina, en nada parecida al tópico común.


DIVAGACIÓN


¿Vienes? Me llega aquí, pues que suspiras,
un soplo de las mágicas fragancias
que hicieron los delirios de las liras
en las Grecias, las Romas y las Francias.


…………


Ámame así, fatal cosmopolita,
universal, inmensa, única, sola
y todas; misteriosa y erudita:
ámame mar y nube, espuma y ola.

El contraste no puede ser mayor. La mujer que canta ahora en nada es exótica, ni cosmopolita ni misteriosa ni erudita. Se llama Francisca y su apellido es Sánchez. Cuando la encontró en El Retiro madrileño, era una jovencita analfabeta, hermosa cuanto inculta. Los otros poemas eran juego y artificio verbal. Esto otro es vida. Cuando Darío escribe este poema está destrozado en todos los sentidos. Ese “acompáñame” es súplica de un alma en bancarrota, que olvida retóricas y zalamerías y convierte la palabra en sentir. En aquel poema escribe una habilidad retórica, en este un hombre, ante una mujer de carne y hueso, humilde, sufrida y bondadosa.

No estoy diciendo que se trata de una carta privada escrita a Francisca. Es un poema inspirado en la amarga realidad personal y en el reconocimiento de la valía de esta sencilla mujer.

Una y otra vez confesó el poeta que “plural ha sido la celeste historia de mi corazón”. Sin embargo para cruzar la frontera de este mundo pide que sea Francisca la que le acompañe:


“Hacia la fuente de noche y de olvido
Francisca Sánchez, acompáñame.”


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