Saber mirar
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Calamidades y falsos arrepentimientos de Pinocho

CAPÍTULO XXI

“– ¡Pobre chico! –replicó la Luciérnaga, parándose a mirarlo, apiadada,– ¿Cómo te han atenazado las piernas esos afilados hierros?

– He entrado en el campo para coger dos racimos de estas uvas moscatel y...

– ¿Las uvas eran tuyas?

– No...

Búsqueda de la libertad
Hacer buenos ciudadanos será una consecuencia de la educación pero no el fin. Ir a la escuela o aprender a leer son cosas muy buenas y necesarias pero no suficientes ni para hacer de mi una persona de bien ni, en consecuencia, una persona feliz.

– ¿Quién te ha enseñado, pues, a llevarte, lo de los demás?

– Tenía hambre...

– El hambre, hijo mío, no es una buena razón para apropiarnos de lo que no es nuestro.

– ¡Es verdad, es verdad! –gritó Pinocho, llorando– ¡Pero no lo volveré a hacer!

En ese momento el diálogo fue interrumpido por un levísimo ruido de pasos que se acercaban. Era el dueño del campo, que venía, de puntillas, a ver si alguna de las garduñas que se comían de noche sus pollos había quedado enganchada en el cepo.

Su asombro fue muy grande cuando, sacando la linterna que llevaba bajo el gabán, se dio cuenta de que, en vez de una garduña, había prendido un niño.

– ¡Ah, ladronzuelo! –dijo el campesino, encolerizado– ¡Así que eres tú el que roba mis gallinas!

– ¡Yo no, yo no! –gritó Pinocho, sollozando. ¡Entré en el campo solamente para coger dos racimos de uvas!...

– Quien roba uvas es muy capaz de robar también pollos. Te daré una lección que no olvidarás fácilmente.

Y, abriendo el cepo, aferró al muñeco por el cogote y se lo llevó en vilo hasta la casa, como si llevara un corderito recién nacido. Llegado a la era, ante la casa, lo arrojó al suelo y, poniéndole un pie en el cuello, le dijo:

– Ya es tarde y quiero acostarme. Mañana ajustaremos cuentas. Entre tanto, como hoy se ha muerto el perro que guardaba de noche la casa, ahora mismo ocuparás su puesto. Me servirás de perro guardián.

Dicho y hecho; le colocó en el cuello un gran collar, completamente cubierto de puntas de latón, y se lo apretó bien, para que no se lo pudiera quitar pasando la cabeza por dentro.

El collar estaba sujeto a una larga cadena de hierro, y la cadena, fijada al muro.

– Si esta noche –dijo el campesino– empezara a llover, puedes acostarte en aquella caseta de madera, donde aún está la paja que durante cuatro años ha servido de cama a mi pobre perro. Y si por desgracia vinieran los ladrones, no olvides tener los oídos bien abiertos y ladrar.

Después de esta última advertencia el campesino entró en la casa y cerró la puerta con varias vueltas de llave; el pobre Pinocho se quedó acurrucado en la era, más muerto que vivo, a causa del frío, el hambre y el miedo. Y de vez en cuando, metiendo rabiosamente las manos dentro del collar que le oprimía el cuello, decía, llorando:

– ¡Me lo tengo merecido! ¡Desde luego que sí! He querido ser perezoso, vagabundo.... he querido hacer caso de las malas compañías y por eso la desgracia me persigue. Si hubiera sido un muchacho bueno, como hay muchos, si hubiera querido estudiar y trabajar, si me hubiera quedado en casa con mi pobre padre, no estaría aquí a estas horas, en medio del campo, haciendo de perro guardián en casa de un campesino. ¡Oh si pudiera nacer otra vez!... Pero ya es tarde; ¡paciencia!

Tras este pequeño desahogo, que le salía del corazón, entró en la caseta y se durmió.”

* * * *

En mi comentario anterior dejé muy claro que el libro de Collodi no despierta mis simpatías. Desde luego niego que sea un texto apropiado para educar a los niños, como no sea que los queramos convertir en holgazanes, obstinados, rebeldes, irresponsables, en parásitos de la sociedad o, como dice el narrador, en vagabundos.

No, me replicará algún lector, porque Pinocho aprende en los contratiempos y contrariedades de la vida lo que no quiso aprender en casa.

Si tenemos en cuenta lo que en esta ventura se nos narra tendría que darle la razón. La frase “me lo tengo merecido” y la sucesión de condiciones nos moverían a aceptar que Pinocho se ha arrepentido, ha aprendido la lección y regresará a su casa transformado en un niño bueno. Hasta nos parece escuchar la voz del Hijo Pródigo. Pero no es así. Sus buenos propósitos duran lo que las circunstancias adversas. Todavía le quedan muchas aventuras hasta que pueda regresar a casa convertido en un niño de verdad, aunque sin evidencia lógica entre el resultado y la causa. Nos lo advierte en una frase tan profunda como inesperada: “¡Oh si pudiera nacer otra vez!... Pero ya es tarde; ¡paciencia!”

Hacer buenos ciudadanos será una consecuencia de la educación pero no el fin. Ir a la escuela o aprender a leer son cosas muy buenas y necesarias pero no suficientes ni para hacer de mi una persona de bien ni, en consecuencia, una persona feliz. El saber no es suficiente para hacernos virtuosos, aunque podamos definir la naturaleza de todos los valores. Ser virtuoso es otra cosa que también hay que aprender. En otro comentario lo trataré de explicar.

Dos aspectos me parece conveniente resaltar en este fragmento. Primero, el diálogo con la luciérnaga y segundo, las palabras y el comportamiento del campesino. Sin duda hay sátira (decir verdades riendo) y la fábula utiliza frecuentemente la alegoría. La pequeña lucecita en la noche pretende ser luz que ilumine la conciencia de Pinocho, pero lo hace con imprecisiones importantes. O mejor dicho, ya no estamos en una moral cristiana sino burguesa, que ha convertido la propiedad en bien supremo,  intangible.  Nuestro decálogo también enseña el “no robarás” pero el derecho a la propiedad privada está siempre matizado por los compromisos y las dependencias sociales. La Iglesia siempre ha suavizado la norma hasta la exención de culpa  por el “en caso de necesidad grave”.

No menos aleccionador resulta el campesino. Observad con qué cuidado cierra la puerta de su casa. Inseguridad. Ladrones. Pero también la poca humanidad con que trata al niño. Rebajarlo a perro por el delito en que le han atrapado. La despersonalización en que nos hallamos envueltos y que desde obras claves ha denunciado el siglo XX tiene un precedente en esta escena. También en La parábola del náufrago de M. Delibes se degrada al hombre a perro o a oveja. Brutal y esperpéntico. Pinocho, en cuanto perro, atrapa a los ladrones y consigue la libertad. ¡Hay que ver!

SANTIAGO ARELLANO


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Dos aspectos me parece conveniente resaltar en este fragmento. Primero, el diálogo con la luciérnaga y segundo, las palabras y el comportamiento del campesino. Sin duda hay sátira (decir verdades riendo) y la fábula utiliza frecuentemente la alegoría.

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