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Actualidad del patio de Monipodio

Rinconete y Cortadillo, de Cervantes

Patio de Monipodio
El sentido religioso profundo como religación con Dios se va convirtiendo en rito, ceremonia, en la que ha desaparecido la conciencia. Sin duda se trata un sector social degradado y marginal pero parece anunciar el futuro moral del mundo contemporáneo, convertido en un inmenso patio de Monipodio

En el entorno de la conmemoración del IV centenario de la publicación de la Segunda Parte de Don Quijote, bajo el título de Segunda Parte del Ingenioso Caballero Don Quijote de la Mancha me ha parecido oportuno traer a esta ventana algunos fragmentos de sus Novelas ejemplares, que en tanto aprecio las tuvo Cervantes como nos confiesa en el delicioso prólogo que abre su publicación, entre otras razones porque se consideraba el primer escritor que cultivó en España la narración corta (novela en italiano significaba novelita) sin imitar a extranjeros y menos copiarlos.

Algunas de las doce novelas las había escrito con anterioridad al éxito editorial de la primera parte de Don Quijote. Las publicó en 1613. Antes no encontraba editor. Así es la vida y así nuestros pedantes juicios. Con anterioridad nadie daba un ochavo por sus obras. Luego han pasado a convertirse, en la opinión común, en joyas de la narrativa española, sobre todo las que se clasifican como novelas realistas, frente a las denominadas idealistas. Si El Quijote es la contienda entre el mundo de la realidad y el de la fantasía como mundos irreconciliables, en un mismo libro, las novelas ejemplares nos presentan esos dos mismos mundos por separado. Esa es una de las grandes virtudes del Quijote: atravesar con dignidad, en medio de los descalabros, la dura realidad en que ha venido a parar la vida de los hombres.

Rinconete y Cortadillo es una de las más apreciadas. Cervantes nos va a presentar el mundo del hampa sevillana. Ni más ni menos que lo que nos definen los diccionarios de la lengua “Conjunto de maleantes que, unidos en una especie de sociedad, cometían robos y otros delitos, y usaban un lenguaje particular, llamado jerigonza o germanía.” Lo sorprendente es que nos lo describe tan perfectamente integrado en la sociedad sevillana, que el mundo al revés que se nos cuenta, nos parece formar parte del modo más natural, sin ninguna estridencia o sin que oigamos los chirridos que a cualquier persona mínimamente sensible le producen. Que se configuren en una sociedad secreta con su lenguaje privativo para uso de los miembros activos, es lo ordinario en esos mundos: pero extraña que se organicen como una cofradía religiosa, igual que cualquier hermandad de las procesiones de semana santa, no para camuflar su naturaleza real, sino porque entienden sin desdoro que toda profesión y oficio puede servir para alabar a Dios. “-Señor, yo no me meto en tologías; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la orden que tiene dada Monipodio a todos sus ahijados.”

La sátira es contundente. Sin embargo el narrador nos lo cuenta como si lo que ocurre no fuera con él. Sin duda hay ironía e incluso sarcasmo; pero quien tiene que tomar partido es el lector. ¿Seguro que todo oficio cualquiera que sea el amparo moral que lo sustente puede servir para alabar a Dios? Eso mismo defendió orgullosa de su buen hacer Celestina. Cortado, que con Rincón acaba de llegar a Sevilla y practicar para sobrevivir el hurto, pone contrapunto a lo que les cuenta Ganchuelo, que así se llamaba el mozo que les introduce en la cofradía de Monipodio.

El texto seleccionado nos permite entender que por encima del costumbrismo disparatado en que se mueven los personajes, algo muy serio está ocurriendo en aquella sociedad del siglo XVII o de finales del XVI. El sentido religioso profundo como religación con Dios se va convirtiendo en rito, ceremonia, en la que ha desaparecido la conciencia. Sin duda se trata un sector social degradado y marginal pero parece anunciar el futuro moral del mundo contemporáneo, convertido en un inmenso patio de Monipodio. Vivir para ver. Don Quijote quiso enderezar todo eso con el ideal de la caballería. Su fracaso estaba cantado.

“- ¿Es vuesa merced, por ventura, ladrón?

- Sí -respondió él-, para servir a Dios y a las buenas gentes, aunque no de los muy cursados; que todavía estoy en el año del noviciado.

A lo cual respondió Cortado:

- Cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente.

A lo cual respondió el mozo:

- Señor, yo no me meto en tologías; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la orden que tiene dada Monipodio a todos sus ahijados.

- Sin duda -dijo Rincón-, debe de ser buena y santa, pues hace que los ladrones sirvan a Dios.

- Es tan santa y buena -replicó el mozo-, que no sé yo si se podrá mejorar en nuestro arte. Él tiene ordenado que de lo que hurtáremos demos alguna cosa o limosna para el aceite de la lámpara de una imagen muy devota que está en esta ciudad, y en verdad que hemos visto grandes cosas por esta buena obra; porque los días pasados dieron tres ansias a un cuatrero que había murciado dos roznos, y con estar flaco y cuartanario, así las sufrió sin cantar como si fueran nada. Y esto atribuimos los del arte a su buena devoción, porque sus fuerzas no eran bastantes para sufrir el primer desconcierto del verdugo. Y, porque sé que me han de preguntar algunos vocablos de los que he dicho, quiero curarme en salud y decírselo antes que me lo pregunten. Sepan voacedes que cuatrero es ladrón de bestias; ansia es el tormento; rosnos, los asnos, hablando con perdón; primer desconcierto es las primeras vueltas de cordel que da el verdugo.

Tenemos más: que rezamos nuestro rosario, repartido en toda la semana, y muchos de nosotros no hurtamos el día del viernes, ni tenemos conversación con mujer que se llame María el día del sábado.

- De perlas me parece todo eso -dijo Cortado-; pero dígame vuesa merced: ¿hácese otra restitución o otra penitencia más de la dicha?

- En eso de restituir no hay que hablar -respondió el mozo-, porque es cosa imposible, por las muchas partes en que se divide lo hurtado, llevando cada uno de los ministros y contrayentes la suya; y así, el primer hurtador no puede restituir nada; cuanto más, que no hay quien nos mande hacer esta diligencia, a causa que nunca nos confesamos.”


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