Comentarios (0)

La mujer en la modernidad

Andrés Jiménez

Trayectoria histórica del movimiento de emancipación de la mujer

En 1791, una mujer francesa, Olympe de Gouges, presentó una “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”, que entregó a la Asamblea Nacional. Fue como el pistoletazo de salida... Tras ella existía ya un movimiento de mujeres organizadas en pequeños clubes que presentaban una serie de reivindicaciones políticas y económicas. Esta adelantada proclamaba en su declaración que las mujeres debían tener derecho a la Tribuna, puesto que tenían derecho a subir al patíbulo. Su pronóstico no podía ser más oportuno, ya que al cabo de poco tiempo Robespierre la hizo morir guillotinada. Un año más tarde, Mary Wollstonecraft publica en Gran Bretaña su libro Una reivindicación de los derechos de la mujer.

La mujer en la modernidad
En 1949, Simone de Beauvoir había publicado en Francia su libro El segundo sexo, pero será en torno a 1968 cuando se convertirá en el libro de referencia del feminismo radical.

Aunque algunas voces individuales se habían alzado tiempo atrás ante situaciones injustas y discriminatorias sufridas por las mujeres – como es caso de Christine de Pisan, María de Zayas, Feijoo, Sor Juana Inés de la Cruz...-, son las dos anteriores quienes aparecen como antecesoras del feminismo en cuanto fenómeno colectivo, que algunos quieren datar en 1848, con ocasión de una Convención femenina celebrada en el estado de Nueva York (Seneca Falls). Fue efectivamente en el siglo XIX cuando aparecen organizaciones de mujeres creadas expresamente para luchar por la emancipación de su sexo, si bien con diversidad de programas y estrategias.

El término feminismo es de origen francés, y se utiliza como sinónimo de emancipación de la mujer, apareciendo así en la revista La Citoyenne, en 1882, y en el Congreso de París de 1892. A la hora de definir el concepto, Karen Offen lo caracteriza como una ideología y movimiento de cambio sociopolítico, fundado en el análisis crítico de los privilegios del varón y la subordinación de la mujer en cualquier sociedad. Por su parte, Evans lo define como la doctrina de la igualdad de derechos para la mujer basada en la teoría de la igualdad de los sexos. Podemos establecer una clasificación genérica de los feminismos a lo largo de su historia reciente:

1) El primer feminismo.

Arranca en la mitad del siglo XIX y mantiene su vigencia hasta 1930, aproximadamente. Es conocido como sufragismo, por su reivindicación del voto, hasta entonces privilegio exclusivo de los varones desde el Renacimiento. No obstante, sus miras se centran en el acceso de la mujer, en igualdad de oportunidades, a las actividades sociales hegemónicas de la Modernidad: la educación, la economía y la política. Derechos sociales, económicos y políticos, por lo tanto. Se incluirán pronto entre ellos el divorcio y el control de natalidad. Presenta dos modalidades, enfrentadas entre sí, el liberal, inspirado en J. Stuart Mill, donde se puede citar a Elisabeth Cade Satton y Susan B. Anthony; y el socialista, inspirado en los socialistas utópicos (Saint-Simon, Owen...) y posteriormente en Engels. Puede citarse aquí a Anne Wheeler y a Alexandra Kollontai. Wyoming será el primer Estado que admita el sufragio femenino en 1869; le seguirán Australia (1901), países escandinavos (1906- 1915), Rusia (1917), Alemania (1918), Inglaterra (1918) y USA (1920).

Las primeras feministas socialistas relacionaron la opresión económica y política con la sexual, por lo que lanzaron una importante ofensiva contra el matrimonio y la “familia tradicional”, y defendían el “amor libre”, que les hizo un tanto impopulares. Se dio también un feminismo católico, sobre todo en Francia en torno a Marie Maugeret y en Alemania, orientado a la petición del derecho al voto, el acceso a la educación y a las profesiones y mayor autonomía económica y jurídica, pero se opuso a la lucha de sexos y a la separación entre sexualidad y maternidad.

2) El segundo feminismo.

Se acostumbra a situar a finales de los años 60 la segunda oleada feminista, que suele también coincidir con lo que ha dado en llamarse el feminismo radical. El primer brote aparece en Estados Unidos, alrededor de Betty Friedan, autora de La mística femenina, libro aparecido en 1963, y creadora en 1966 de NOW (Organización Nacional de Mujeres), plataforma del feminismo liberal reformista. En 1949, Simone de Beauvoir había publicado en Francia su libro El segundo sexo, pero será en torno a 1968 cuando se convertirá en el libro de referencia del feminismo radical. En 1971 se crea en Francia el MLF (Movimiento de liberación de la mujer). Ambas serán las abanderadas del feminismo del siglo XX. Algunas de las doctrinas de Marx y Freud, junto con el existencialismo sartreano –la mujer no nace, se hace...-, son en última instancia inspiradoras de este segundo feminismo.

El feminismo radical de los años 60 y 70 alienta a las mujeres a liberarse del hogar, ese “confortable campo de concentración” (Friedan), y de la “trampa de la maternidad” (Beauvoir), que vedaban sus aspiraciones profesionales y de autorrealización. Se puede caracterizar también esta segunda etapa de acuerdo con dos modelos:

- El liberal reformista, en Norteamérica, de perfil más cultural –tendrá una importante entrada en el mundo universitario a través de los Women’s Studies-; más orientado a que la mujer sea dueña de su propio cuerpo y su sexualidad, y a que se integre plenamente en el escenario público. A tal efecto, busca las reformas legales que aseguren la igualdad real de hombres y mujeres en la sociedad, suprimiendo las discriminaciones. Trabajan especialmente dentro de las instituciones por medio de grupos de presión.

- Y el socialista, en Europa, con un marcado talante activista y de intervención directa en la política, en sintonía con la lucha de clases marxista y que considera ésta, sin embargo, insuficiente; orientado a la transformación del rol social de la mujer frente al sistema patriarcal-capitalista y al varón. Persigue la revolución, que pasa por la desaparición de la familia.

La revolución sexual y social que aglutina a ambos modelos, a pesar de sus diferencias, viene a coincidir en una estrategia común de acción y de pensamiento que ha contribuido a configurar una ideología y una presencia feminista de notable influencia en nuestros días. Siguiendo a una estudiosa contemporánea de la mujer y de la familia Ana María Navarro, podemos caracterizarla en torno a cinco líneas de acción:

1) Un dogma previo, o supuesto incondicional: La insistente denuncia de la condición de inferioridad a la que la historia y la cultura occidental han reducido a la mujer. El mundo de los sexos responde a unas estructuras de poder que contraponen de forma irreconciliable al hombre, la clase opresora, y a la mujer, la clase oprimida. Hombre opresor, sociedad patriarcal y capitalismo se habrían aliado en una conjura histórica general contra la mujer. El patriarcado –término acuñado por Kate Millet- es un sistema caracterizado por el poder y el dominio del varón sobre la mujer desde los orígenes, por la jerarquía y la competición. Este sistema no admite reforma; ha de ser destruido. De ahí el acento revanchista y revolucionario de numerosos textos y acciones feministas.

2) La destrucción (deconstrucción revolucionaria) del sistema de valores de la clase dominante y sus estructuras. El feminismo radical se posiciona por la transformación política. La sociedad se concibe, no como un ámbito de convivencia connatural al ser humano, sino como un ámbito de oposición y de enfrentamiento entre estructuras de poder, en el cual se realiza históricamente el camino hacia la igualdad definitiva, en el que las mujeres serán seres-para-sí-mismas, sujetos plenos de la historia. Entre las estructuras a erradicar o transformar destaca la familia. La mujer debe abandonar su subordinación doméstica y optar por su autorrealización individual.

3) La igualdad con el hombre. Si hasta ahora la mujer ha sido discriminada históricamente, se buscará ante todo la equiparación con el varón, en principio en términos de igualdad de oportunidades (derechos legales, educación, empleo, derechos sexuales), pero avanzando hacia la superación de la dependencia de aquél. Se trata de mostrar que la naturaleza no es significativa y que lo determinante es lo cultural, la construcción social de los roles (esto es lo que llevará en la última década del siglo XX a la llamada perspectiva de género). Las feministas de género más exacerbadas presentan la aspiración a prescindir del hombre incluso en lo relativo a la procreación: para liberarse de los hombres se hace necesario escapar de la heterosexualidad y crear una sexualidad femenina exclusiva, a través del autoerotismo y del lesbianismo como formas de autarquía para las mujeres. (Harmann, H., 1981)

4) La libre disposición del propio cuerpo. La liberación de la mujer pasa por su liberación sexual, y ésta estriba en poder disponer del propio cuerpo. Si ello se consigue, además, se habrá consolidado la superioridad sobre el varón, impedido por su biología para procrear. “Nosotras parimos, nosotras decidimos”. Surgen de esta tesis las ardorosas reivindicaciones del derecho al aborto libre y gratuito por decisión de la mujer, al control artificial de la natalidad, a las técnicas de reproducción asistida, a la libre elección de las adolescentes sin el consentimiento de sus padres, a la esterilización, a la propia orientación sexual con independencia del sexo biológico... Toda esta línea de acción se contiene en la promoción de los llamados “derechos reproductivos”, que desde agencias y documentos de la ONU, se pretenden mostrar como derechos humanos específicos de la mujer.

5) Reclutamiento, agitación social y propaganda. Además de concienciar a la mujer de su sometimiento histórico al varón y de la opresión recibida de éste, se trata de concienciar a toda la sociedad. Visibilizar que la mujer sigue estando oprimida. Y hacer que las mujeres se sumen al movimiento en favor de sus derechos. Hay que luchar. Contra las estructuras imperantes, contra los hombres que se resisten a perder sus privilegios, contra las instituciones que se benefician de ellos, contra las mujeres mismas que se resisten a abandonar la dedicación a su familia y no contribuyen al curso de la historia. Para ello es preciso utilizar, ante todo, los medios de comunicación, los núcleos de influencia política y la educación (coeducación, aprendizaje de roles no sexistas, lenguaje no sexista, no directivismo pedagógico...)

El feminismo norteamericano empezó a introducirse en el mundo universitario a través de mujeres militantes en el feminismo liberal reformista, creándose los Women’s Studies, focos de investigación y debate académico, de producción intelectual y difusión de gran alcance. A ellos seguirán después los Men’s Studies y los Gender Studies y más adelante, en la última década, los Gay and Lesbian Studies. Con ellos se pretende cambiar los esquemas de pensamiento y las actitudes sociales y culturales. Desde ellos se asesora a poderosos lobbies, y numerosas feministas formadas en este entorno entran a trabajar en las agencias y oficinas internacionales de la ONU. Y algo similar puede apreciarse en los países escandinavos. En los años 80, el feminismo radical se irá haciendo presente en universidades y organismos del tercer mundo, y de modo muy particular a través de ONGs y de las Agencias e Instituciones internacionales que promueven Programas de Desarrollo.

Esta fase del movimiento feminista culmina en 1975, con la Conferencia Mundial de la Mujer celebrada por la ONU, que vino precedida en 1967 por la Declaración sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. A partir de este momento se inicia una tercera fase, marcada por el revisionismo, por la institucionalización de la doctrina –que se orienta hacia el enfoque de género- a través de los organismos políticos, particularmente de la ONU y de la Unión Europea, y por una diversificación, que incluye una importante deriva hacia el lesbianismo. A grandes rasgos, puede decirse que en el tercer feminismo, del énfasis en la “igualdad” se pasa a la exploración y promoción de la “diferencia femenina”. Quizás podemos polarizar esta evolución en torno a dos posiciones, sin faltar al rigor: la llamada Ideologia de género (Gender perspective), y el Neofeminismo.


En el Equipo Pedagógico Ágora trabajamos de manera altruista, pero necesitamos de tu ayuda para llevar adelante este proyecto


¿Por qué hacernos un donativo?

Esta web utiliza cookies. Para más información vea nuestra Política de Privacidad y Cookies. Si continúa navegando consideramos que acepta su uso.
Política de cookies