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Si me quieres, quiéreme entera

Dulce María Loynaz

Si me quieres, quiéreme entera. Dulce Mª Loynaz
El sentido del poema alcanza su plena claridad cuando dice: “no me recortes”. Necesitamos ser queridos en lo más hondo de nuestro ser, donde se soportan el resto de nuestros accidentes y hasta de nuestras cualidades. Lo demás no es querer sino recortar.




Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
y morena…
Quiéreme día,
quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!


Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras!

Cuántas veces consideramos que la poesía tiene que alzarse sobre una forma bruñida y rigurosa. Nos cuesta admitir que el fundamento de la belleza está en la verdad. En poesía, unas palabras consiguen hacer evidente y transparente una idea verdadera, que por vivida, resulta bella. Cuando el arte llega a su plenitud, su medida se ajusta al registro del corazón humano. Sonoridad ¿Para qué? Grandilocuencia ¿para qué? Verdad y nada más que verdad que hace exultar los más nobles sentimientos humanos.

Nos encontramos ante un texto cuyo asunto es amoroso. La forma, con versos de medida variada y una rima asonante en versos impares, es un diálogo en el que sólo oímos la voz de la mujer. Suponemos que el hombre escucha. Al menos tú y yo sí que la escuchamos. Es a nosotros a quienes nos alecciona

Propiamente se trata de una súplica condicionada... Y es en esta súplica donde Dulce Mª Loynaz ha sabido comunicar la verdad universal para cualquier ser humano que anhela y defiende ser querido íntegramente.

Desde la concupiscencia inicial en la que estamos inmersos, el amor-deseo, el eros, nos impulsa a la posesión de aquella cualidad que nos incita y nos deslumbra.  Podemos prendarnos de unos ojos, de un cabello, de unas proporciones corporales, también de una sonrisa seductora, o de unos títulos o de unos linajes o de un entorno social, o de sus ocurrencias chispeantes o del timbre de su voz o de su insinuante contoneo o de su sencillez cuidadosamente cuidada., o de la frescura de sus años juveniles.

¿En esto radica el amor? Bueno, así suele comenzar. Pero su recorrido es corto si a ello se reduce. El amor está convocado a un encuentro interpersonal. Sólo cuando entramos en el espacio de la intimidad del otro, llegamos al soporte de su ser, podemos decir que hemos dejado atrás la barrera del deseo para entrar en los ámbitos del espíritu, de la confidencialidad que pone alma con alma, justo cuando ojos, cabello, cuerpo, sonrisa, linajes y ocurrencias no nos llegan desde fuera sino que forman parte interiorizada de nosotros mismos. Y cuyo esplendor va surgiendo de una historia común.

Dulce Mª Loynaz no señala esta plenitud amorosa final sino que denuncia lo que no la hace posible. El punto de partida no puede ser más contundente. Entera. “Si me quieres, quiéreme entera”.  Es evidente que no se refiere al conjunto de los elementos que constituyen su cuerpo. Ni siquiera cuando enumera los cambios estéticos con que se suele   embellecer una mujer: negra y blanca. Y gris, y verde, y rubia, y morena... enumeración que debemos leer en clave simbólica, lo mismo que “no por zonas de luz o sombra”.

El sentido del poema alcanza su plena claridad cuando dice: “no me recortes”. Necesitamos ser queridos en lo más hondo de nuestro ser, donde se soportan el resto de nuestros accidentes y hasta de nuestras cualidades. Lo demás no es querer sino recortar.

He dicho que se trata de un diálogo, en el que parece que el marido escucha en silencio. Pero el poema es la respuesta a una declaración previa que debemos suponer. Él le acaba de confesar que la quiere. Ella con lucidez admirable le ha precisado las elementales exigencias del verdadero querer. Entera. Sin recortes. Y todavía le dice más: “Quiéreme día, quiéreme noche... ¡Y madrugada en la ventana abierta!”  ¿Le está reprochando, celosa, las largas esperas hasta la madrugada ante la ventana abierta? Todo eso y más nos sugiere el verso. Sin embargo ese noche y día y madrugada en ventana abierta está redondeando el mensaje en verdad universal y hondamente humano que el poema nos transmite. Quiéreme entera, quiéreme sin recortes, quiéreme siempre.  Es decir ¡Quiéreme toda... O no me quieras!


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