Escuela de padres
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Respeto

Actitud que reconoce y aprecia el valor y la dignidad de los demás y les trata de acuerdo con ese valor

Sin duda la palabra respeto es una de las más presentes en el ámbito educativo. Desde muy pequeños se nos decía que hay que respetar las cosas, los horarios, las normas, el entorno, a uno mismo y sobre todo, que hay que respetar a los demás. Pero damos por hecho que todo el mundo entiende lo que significa respetar. A juzgar por el comportamiento generalizado de muchos chicos y chicas (y también de muchos adultos) no sería una pérdida de tiempo dedicar algunas reflexiones a la importancia capital y a la necesidad urgente de fomentar el respeto como actitud educativa básica.

La educación en el respeto
Se puede y se debe corregir, con la debida delicadeza, a quien se halla en el error

Notamos, en efecto, que hay muchos niños y adolescentes insensibles, fríos, incluso despectivos hacia los mayores o hacia los mismos compañeros (especialmente de edad inferior a la propia). Esto es bien visible en la escuela, en la calle y en el propio hogar. Los adultos ven cómo un grupo de muchachos ni se apartan cuando alguien quiere pasar, o no saludan, o gritan palabras vulgares para hacerse notar, o lanzan miradas altaneras en señal de reto. Bromas pesadas, juegos peligrosos, imágenes pornográficas, abusos del móvil, de los videojuegos o del i-pod, se han convertido en algo "normal" en hogares y escuelas, donde padres y maestros llegan a sentir miedo de sus hijos o alumnos.

Es triste ver a muchachos que luchan por ocupar los asientos del tren o del autobús, sin ninguna deferencia hacia personas ancianas o más necesitadas, o que arrojan papeles y objetos al suelo sin el menor cuidado hacia la limpieza pública o el posible daño que otros puedan sufrir. Es muy elocuente pasearse un sábado por la mañana por los lugares donde la noche anterior ha tenido lugar un "botellón".

El punto de partida es la dignidad de la persona

Respetar es una actitud que reconoce y aprecia el valor y la dignidad de los demás y les trata de acuerdo con ese valor. Se extiende también al entorno, a la propiedad de los demás. Comienza con la consideración del otro como persona, como alguien valioso en sí mismo y con los mismos derechos fundamentales. También nos debemos respeto a nosotros mismos, en cuanto personas, y debemos tratarnos a nosotros mismos de acuerdo con nuestra dignidad.

Reconocer en los demás su dignidad como personas y no dejar espacio a la ofensa y el menosprecio o a las manifestaciones discriminatorias supone el inicio de un camino hacia una sociedad más acogedora, pacífica y justa. El respeto en el fondo es la "regla de oro" de la convivencia: es tratar a los demás como deseas ser tratado, querer para los demás el bien que quieres para ti. Porque el otro es como yo, una persona, y una persona no debe ser nunca tratada como medio con vistas a otra cosa o persona. Utilizarla, manipularla o servirse de ella como si fuese un objeto sería menospreciarla. Además, el amor a las personas supone siempre el respeto. No podemos amar verdaderamente a nadie si no le respetamos.

En ocasiones se confunde el respeto con otras actitudes que nada tienen que ver con él. El respeto no es:

Sumisión, sino madurez para saber valorar a los demás y las cosas de nuestro entorno. A veces nacerá de la obediencia , pero ha de convertirse en criterio propio, en lucidez y serenidad, en amabilidad, responsabilidad, estabilidad y firmeza.

Indiferencia; la indiferencia implica ausencia de sentimientos , no valora a la otra persona como igual, muchas veces ni siquiera la valora en absoluto.

Omisión; el respeto es activo, intenta construir desde la acogida, la aceptación y el diálogo, no es un mero "no dañar", "no ofender", "no hacer".

Timidez o temor, porque con frecuencia se oculta bajo la apariencia de respeto el sentimiento de miedo, y los timoratos no construyen la paz ni la buena convivencia.

Tampoco es lo mismo que la mera tolerancia: No es lo mismo decirle a alguien "te respeto" que decirle "te tolero". Se tolera algo o a alguien que se considera malo, pero se le soporta o aguanta como mal menor. El respeto es reconocimiento positivo del valor de alguien. Eso no significa darle la razón si no la tiene. Se puede y se debe corregir, con la debida delicadeza, a quien se halla en el error.

El respeto en el fondo es la "regla de oro" de la convivencia: es tratar a los demás como deseas ser tratado, querer para los demás el bien que quieres para ti

Cualquier sociedad y grupo precisan de un conjunto de reglas. Pero una convivencia pacífica no se consigue sólo con el cumplimiento de normas o leyes. El respeto tiene que salir de dentro; es contrario al egoísmo y requiere, para ser auténtico y fecundo, una serie de condiciones:

* Ha de ser sincero y surgir libremente, pues en su vivencia no cabe la hipocresía; un respeto impuesto no se consolida, acaba por estallar.

* Ha de llegar a ser espontáneo, fruto de ideas claras y de hábitos bien arraigados, sin necesidad de grandes reflexiones teóricas y de tensiones internas.

* Busca el diálogo y prodiga amabilidad, pues la cerrazón, la intransigencia y la sinrazón sólo conducen al conflicto y a la violencia.

Algunas actitudes que dificultan la educación en el respeto, y que es bueno que sepamos detectar y corregir a tiempo, son, entre otras, la inseguridad y falta de autoestima, la soberbia, la envidia, el miedo, el permisivismo o el autoritarismo.

En casa y en la escuela

El respeto se aprende sobre todo en casa. La educación en el hogar tiene un valor insustituible para que el respeto se convierta en norma de vida de los hijos desde los primeros años. Hay hogares en los que los padres saben promover este valor esencial. A veces interviene el padre para corregir cualquier abuso o palabra disonante. Otras veces es la madre quien ofrece una indicación clara y la hace respetar. Los dos juntos se apoyan y se ayudan en su tarea educativa para ayudar a sus hijos a ser capaces de autocontrolarse, a ser disciplinados y respetuosos. Ellos también se muestran respetuosos con las demás personas, entre sí y con sus hijos.

También nos debemos respeto a nosotros mismos, en cuanto personas, y debemos tratarnos a nosotros mismos de acuerdo con nuestra dignidad

Pero en otros casos los padres tienen cierto miedo a ser tachados de autoritarios. Parece como si esperasen que la educación llegase de modo espontáneo, sin dar normas, sin imponer correcciones, sin impedir pequeños abusos o caprichos que parecen "normales" y que, sin darse cuenta, pueden llegar a ser el inicio de problemas mucho más graves. O desearían que la escuela asumiera la tarea de formar a sus hijos, cuando los principios y reglas de conducta que más se fijan en los corazones son los recibidos en casa, desde los primeros años de vida.

Si el niño falta al respeto a uno de los padres o al abuelo, si deja todo tirado para que "otros" lo recojan, si se encierra en su habitación como si fuese un reino prohibido para sus padres, si no hace el menor caso cuando le dicen que deje de jugar para iniciar el tiempo de estudio... ¿cómo no suponer que no sólo será maleducado e irrespetuoso, sino que incluso se habituará a vivir como si todos estuviesen a merced de sus caprichos?

No hay que tener miedo. Los niños pueden poner mala cara y manifestar la disconformidad ante una orden. Pero si descubren que hay cariño y, sobre todo, que cada norma es para su bien, se someterán no "por la fuerza", sino cada vez con mayor facilidad y, un día, con gratitud. Autoridad no es lo mismo que autoritarismo.

Desde la familia, y con el apoyo de la escuela, es preciso empeñarse en formar niños y adolescentes respetuosos, dueños de sí mismos, sensatos, preparados para la vida en sociedad. Porque sabrán acoger con respeto a todos, porque serán capaces de vivir de modo armónico con los iguales y los distintos, con los grandes y los pequeños, con los sanos y los enfermos, con los que piensan lo mismo y con los que tienen ideas diferentes.


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