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¿La lógica de la Economía de Comunión?

«Sin reconocimiento, sin intersubjetividad, sin sociedad, no hay humanidad. ¿Y sin amor?» (T. Todorov)

Por Luigino Bruni

Luigino Bruni enseña Economía Política en la Universidad Bicocca de Milán y en el Instituto Universitario Sophia. Entre otras cosas, ha escrito para Città Nuova “L'economia, la felicità e gli altri, un'indagine su beni e benessere” y “Il prezzo della gratuità”.
¿La lógica de la Economía de Comunión?

La economía está hoy frente a un cambio fundamental: los procesos de globalización pueden ofrecer nuevas oportunidades a muchos excluidos del bienestar, o bien convertir al mundo en un gran supermercado, donde la única forma de relación humana es la económica, donde todo se convierte en mercancía.

En el curso de la historia los carismas han sido respuestas a los desafíos planteados por los grandes cambios que hicieron época. Pensemos en las Abadías benedictinas, los Montes de Piedad de los franciscanos, en la Edad Media.

Dentro del debate actual -¿a favor o en contra de los mercados?- la EdC está siguiendo su propia trayectoria, que pone en primer lugar la vida y no las ideologías, en diálogo con todo lo bueno que hoy se encuentra.

¿Cuáles son los puntos típicos de esta experiencia? ¿Cuál es, por consiguiente, su identidad?

En esta exposición querría detenerme en primer lugar sobre uno de los aspectos fundamentales, para luego reflexionar sobre el significado, también económico, de la “ lógica de los tres tercios”.

1. Amar, ¿pero también en economía?

Si alguien me pidiera que sintetizara en una palabra el proyecto de EdC, espontáneamente le respondería: trata de poner la “cultura del dar y del amor” en el centro de la actividad económica y de la empresa.

Quien tiene algún conocimiento sobre la tradición de la economía intuye enseguida que esa tesis es de por sí revolucionaria. En efecto, si hay una categoría que la economía no comprende es precisamente el amor (de hecho, a menudo lo confunde con la filantropía o el altruismo, que siguen siendo cuestiones individuales): por eso podríamos decir que lo que los constructores de la ciencia económica han descartado, se ha convertido en piedra angular de la EdC.

Tratemos en entrar un poco en esa lógica.

¿La lógica de la Economía de Comunión?
La invención de la economía ha sido un gran intento, quizás el más ambicioso de la modernidad, de construir la posibilidad de la vida en común sin recurrir al amor

La invención de la economía ha sido un gran intento, quizás el más ambicioso de la modernidad, de construir la posibilidad de la vida en común sin recurrir al amor, a sus típicas palabras (sacrificio, dolor, fragilidad): el mercado fue concebido, en efecto, como la posibilidad de relacionarse con el otro, obtener de él las cosas de las cuales tengo necesidad, sin pasar a través del sacrificio y el dolor, a través de la paradoja del encuentro con el otro. El interés en lugar de ser considerado “vicio” (como sucedía en el pasado), se convierte en el nuevo mecanismo que nos permite estar juntos, gozar de los beneficios de la comunidad, sin arriesgar, al fin y al cabo, nada de aquello que verdaderamente cuenta en la vida.

Hasta la invención de la economía, hablar de vida en común, de comunidad, significaba en cambio hablar de sacrificio, dolor, y por lo tanto de amor. Incluso la esfera de los bienes, o económica, se caracterizaba por la experiencia del sacrificio y el dolor: sin los mercados, en efecto, el traspaso de los bienes de una persona a otra es necesariamente doloroso: el dolor de las guerras y de las rapiñas, pero también el dolor de privarme de algo para dárselo a otro. De esta segunda forma de dolor quedan todavía huellas en nuestra sociedad, de manera particular en la donación y en el arte.

La invención de la lógica de mercado (“dame lo que necesito y te daré lo que necesitas”) se presentó como la posibilidad de hacerme tomar contacto con los otros sin dolor, dado que el bien producido para el intercambio se vuelve totalmente “otro” del productor, se vuelve, usando una expresión feliz de Marx, una “mercancía”. Ahora bien, de las mercancías podemos liberarnos, y podemos adquirirlas, sin poner en juego las palabras “elevadas” de la vida en común, y sin necesidad de gratuidad.

Pero si la economía no conoce la gratuidad, no conoce tampoco al otro, porque el otro se deja conocer, se abre, si me acerco a él sin ánimo de usarlo, y esto es cierto no sólo para el otro-persona, sino también para el otro-bien: en efecto, al igual que el otro-persona, el bien usado en forma egoísta difícilmente se vuelve fuente de bien-estar, de felicidad.

La economía no conoce entonces, tradicionalmente, el amar. Y en el caso en que puede darse algún acto de gratuidad también dentro de la normal vida económica, se lo considera como algo extra-económico, algo que podemos permitirnos cada tanto, la excepción a una regla que es muy distinta. Esta se basa, por lo tanto, en una visión dualista de la acción: en la vida privada (familia, amigos...) hay necesidad, y mucha, del amor, pero en las cuestiones económicas se puede prescindir de él tranquilamente: la lógica que usa la madre de casa cuando compra la verdura, no puede ser la misma que usa cuando se la sirve en la mesa a su familia.

La EdC, en cambio, propone amar también en economía. Por eso tiene conciencia de dos cosas: que va contracorriente, y que es muy difícil. Si observamos la lógica del triple destino de las utilidades, advertimos que es una consecuencia de haber tomado el amor en serio, también en la vida económica.

2. La lógica de los “tres tercios”

Comencemos por la parte que se vuelve a invertir en la empresa y que, está de más recordarlo, también se pone en comunión. Este tercio nos dice que la EdC es una propuesta para la actividad económica en su normalidad, que no se contrapone al mercado ni a la eficiencia, sino que se remonta a su deber ser, es decir, actividades libres de personas que pueden encontrarse también produciendo e intercambiando.

Nosotros venimos de una concepción de la economía que siempre contrapuso lo económico, el mercado, a la solidaridad, a la reciprocidad no instrumental, al amor. En cambio Chiara Lubich propuso la vida de comunión a empresas como todas las demás, que están injertadas en el mercado (como hemos visto). Intercambiar, producir, trabajar son actividades que se encuentran en el origen de nuestra civilización, de toda civilización: son cosas buenas y potencialmente humanizantes, y aunque hoy los mercados generalmente no lo sean, la EdC los convoca a esto. Por eso, a su modo, es un proyecto ambicioso, porque no se conforma con realizar islas felices, economías de nicho, sino que tiende a una transformación de la economía en su normalidad, una transformación para llevarla de nuevo a su vocación original.

La parte que, luego, se destina a la formación cultural, nos recuerda que sin una cultura nueva no se hace una economía nueva. ¿En qué sentido? la EdC vive en un mercado que muchas veces va en dirección contraria a la de la comunión, y esto suele llevar a sacrificios en el plano de los resultados tradicionales (facturación, ganancias...). La cultura tiene que hacernos “ver”, entonces, las apuestas invisibles del balance, y a hacernos atribuir un valor intrínseco a nuestras acciones (de legalidad, respeto, amor a todos...) por encima de los resultados materiales. Pues bien, esto se llama cultura que, cuando arraiga en nosotros, se refuerza con la experiencia, nos permite seguir adelante también en los momentos difíciles. Y nos enseña a reconocer la presencia de la Providencia , que no puede faltar si la economía es vivida como búsqueda del Reino de los cielos y de su justicia.

Sólo si aprendemos a atribuir un valor a las acciones que realizamos, podemos seguir adelante aún cuando todos remen en contra; como sucede con el tema del ambiente; sólo si para mí el no contaminar es un valor en sí mismo depositaré los residuos en forma diferenciada, aunque fuera yo el único que lo hace en toda la ciudad. ¡Todo esto se llama valores, ética, cultura!

Finalmente, la parte que va a los pobres. En estos últimos tiempos se está afirmando con mucha fuerza el hecho de que los pobres son el gran recurso y novedad de la EdC. Ellos son actores esenciales, en una relación de paridad. Su presencia dentro del proyecto permite hacer vivir la experiencia de la libertad de los bienes también a los que “tienen de más”, que de este modo se convierten en esos panes y esos peces que, porque se comparten con amor, luego dan de comer a multitudes.

Benedicto XVI

“La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, o en las transferencias de las estructuras asistenciales de carácter público, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión.”

“En estos últimos decenios, ha ido surgiendo una amplia zona intermedia entre los dos tipos de empresas. Esa zona intermedia está compuesta por empresas tradicionales que, sin embargo, suscriben pactos de ayuda a países atrasados; por fundaciones promovidas por empresas concretas; por grupos de empresas que tienen objetivos de utilidad social; por el amplio mundo de agentes de la llamada economía civil y de comunión.”

BENEDICTO XVI. Caritas in veritate 39 y 46

¿La lógica de la Economía de Comunión?
De la EdC está emergiendo una nueva cultura de la pobreza, basada en la proximidad y en el hacerse uno, que nos hace ser a todos pobres (incluso al empresario, el primero de ellos, porque tiene también la pobreza de la fragilidad y la incertidumbre del éxito económico), y al mismo tiempo, dado que el compartir atrae al “céntuplo”, son todos ricos

La experiencia de la pobreza que estamos viviendo en la EdC nos dice que una pobreza vivida en la comunión con los otros puede transformarse en “hermana pobreza”; que “dichosos los pobres” es una bienaventuranza dirigida, como tiene que ser, a todos los hombres, siendo la vida un camino de liberación de los bienes para llegar a ser verdaderamente libres. La EdC, en su relación con los pobres que no son anónimos asistidos, sino hermanos, “prójimos”, parte de la misma comunidad. En Trento, cuando nació en Movimiento de los Focolares, las primeras focolarinas no hicieron un “comedor para los pobres”, sino que los pobres eran invitados a su propia mesa; así hoy, en la EdC, los pobres están en un verdadero plano de igualdad con todos. De este modo de la EdC está emergiendo una nueva cultura de la pobreza, basada en la proximidad y en el hacerse uno, que nos hace ser a todos pobres (incluso al empresario, el primero de ellos, porque tiene también la pobreza de la fragilidad y la incertidumbre del éxito económico), y al mismo tiempo, dado que el compartir atrae al “céntuplo”, son todos ricos. Estoy convencido de que esta cultura de la pobreza es una de las realidades más innovadoras y proféticas de la EdC. Los bienes más valiosos son las relaciones genuinas con los otros, y los peores males no son la falta de bienes materiales sino la ausencia de relaciones verdaderas con los demás. Lo constatamos al ver personas riquísimas que son pobrísimas (porque están solas), y, en cambio, personas pobres de bienes materiales a los cuales no les falta nada.

¿Es una utopía, la economía de comunión? “Depende de ti y de mí, que estas cosas ocurran, o dejen de ocurrir, en nuestros distintos ámbitos de acción. Hagamos, entonces, que ocurran”.


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