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Implicaciones en la educación afectivo-sexual

Prof. Dr. Aquilino Polaino Lorente
Catedrático de Psicopatología. Facultad de Medicina.
Universidad CEU-San Pablo

La formación de los padres: educar a los hijos en actitudes viriles. Veinte principios para sacar la masculinidad del armario.

A quien se autoengaña hay que ayudarle a reconocerlo y animarle a buscar soluciones y estrategias para salir airoso de la absurda situación en que se hallaba.

1.- Sinceridad: empeñar la palabra y dar ejemplo de coherencia. Cuando se dice algo, ese algo tiene que ser verdadero: nunca se puede engañar. Padres e hijos deben hablar de ello constantemente para posibilitar el diálogo. La idea clara y distinta ha de ser que la verdad está por encima de todo, y que vale la pena morir por ella.

2.- Aprovechar el tiempo y estrujar cada segundo invirtiéndolos en cosas que valen la pena. Atención al tiempo perdido en ordenadores, consolas, Internet, etc.

3.- No claudicar nunca en lo relativo a las propias convicciones. Cuando tenemos una creencia ajustada a nuestra propia razón, debemos respetarla y hacer que sea respetada por los demás, con independencia del contexto en que nos hallemos.

4.- Tener un proyecto de vida, por lo menos a medio plazo (entre 5 y 10 años), con metas fijadas con prudencia, de manera que no estén fuera de nuestra capacidad. Cuanto más ambicioso sea un proyecto y más esfuerzo exija, más altas serán las expectativas.

5.- Evitar el miedo al sufrimiento, el primer miedo que hay que eliminar. Enseñar que en la vida, igual que hay alegría, hay sufrimiento, y cuando llega es preciso acogerlo, asumirlo y, si fuera posible, superarlo.

6.- Enseñarle a soportar la soledad en previsión de situaciones en que pueda fallar el grupo de referencia, y en una sociedad cada vez más individualista en la que es complicado defender las propias convicciones frente a una mayoría.

7.- Hacerles crecer en fortaleza, virtud que hoy se conoce como “resiliencia” –un concepto psicológico de reciente adquisición-, y que no consiste tanto en atacar, como en resistir.

8.- No tener miedo a los conflictos, pero tampoco provocarlos. Cuando una toma de decisiones implique un conflicto, hay que aprender a trabajar y gestionar ese conflicto hasta resolverlo.

9.- No quejarse.

10.- Mejorar e insistir en la capacidad de proteger a los demás.

11.- Fomentar la rebeldía de saltar ante la injusticia que se comete contra uno mismo y contra los otros, sin mirar para otro lado.

12.- Escoger lo peor. Dejar lo mejor para los demás.

13.- Ser fuerte con los fuertes y débil con los débiles. El que ordinariamente la gente sea muy fuerte con el débil y muy débil con el fuerte genera muchas injusticias. Proteger al débil nos hace participar de su debilidad y facilita la comprensión y la empatía.

14.- No autocompadecerse. La autocompasión nos convierte en víctimas, e implica un amor a uno mismo anómalo y la búsqueda de un consuelo en sí mismo, por sí mismo y para sí mismo.

15.- Saber utilizar los aparentes fracasos para aprender de ellos, para crecer y madurar: los fracasos son siempre relativos y, bien aprovechados, se transforman en una oportunidad para hacer que la persona se estire en toda su estatura.

16.- No autoengañarse. Engañarse a uno mismo es antinatural: siempre hay un resto de conciencia que hace sentirse imputable y culpable del mal que se ha hecho. A quien se autoengaña hay que ayudarle a reconocerlo y animarle a buscar soluciones y estrategias para salir airoso de la absurda situación en que se hallaba.

17.- Renunciar a los caprichos y al “carpe diem”.

18.- Sentido de coherencia e identidad entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace.

19.- Aprender a decir “no”, especialmente a lo que tiene que ver con la afectividad y la sexualidad; decir no a la comodidad, al emotivismo, la curiosidad, la dispersión de los sentidos, Internet; decir no a hablar de todo como si de todo se supiera, a hablar sólo de uno mismo y de los propios éxitos; decir no a dejarse corromper.

20.- Alegrarse de ser la persona que se es, del proyecto que se ha elegido, del grupo de referencia y pertenencia identitaria del que se forma parte, afirmar el propio yo y mejorar una formación doctrinal-religiosa que ayude a vertebrar una afectividad más madura, más fuerte, más estable y más consistente.


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