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El origen del hombre

Xavier Zubiri
Revista de Occidente, 17 (1964, 146-173)

(Extracto)
El origen del hombre
En el orden somático, morfológico, del animal al hombre hay una estricta evolución. Sus mecanismos, alcance y caracteres podrán ser discutibles y son discutidos. Pero innegablemente existe una evolución morfológica que coloca al hombre en la línea de los primates antropomorfos, concretamente en la bifurcación entre póngidos y homínidos.

(…) La paleontología humana y la prehistoria han descubierto una serie de hechos impresionantes cuyo volumen y calidad han (le considerarse como transcendentales. Porque estos hechos científicos conducen a la idea de que el origen (leí hombre es evolutivo: el phylum humano arranca evolutivamente de otros phyla animales, y dentro del phylum humano, la humanidad ha ido adoptando formas genética y evolutivamente distintas, hasta llegar al hombre actual, único del que hasta ahora se ocuparon la filosofía y la teología. Ciertamente, la evolución humana es un tema que pertenece a la ciencia positiva. Pero planteado por los hechos, no puede menos de afectar a la filosofía y a la teología mismas. Dejando de lado, por el momento, el aspecto teológico de la cuestión, la idea del origen evolutivo de nuestra humanidad, a pesar de ser una idea científica, es. una idea que como otras muchas, se halla en la frontera de la ciencia y de la filosofía; constituyen problemas fronterizos... Y en cuanto tales necesitan ser tratados también filosóficamente. ¿Qué significa, qué es, filosóficamente, el origen evolutivo de nuestra humanidad?

I

En el orden somático, morfológico, del animal al hombre hay una estricta evolución. Sus mecanismos, alcance y caracteres podrán ser discutibles y son discutidos. Pero innegablemente existe una evolución morfológica que coloca al hombre en la línea de los primates antropomorfos, concretamente en la bifurcación entre póngidos y homínidos.

Los antropomorfos póngidos conducen a los grandes simios: chimpancé, gorila, orangután; gibbon. Los antropomorfos homínidos, partiendo del mismo punto de origen que los póngidos, siguen una línea evolutiva distinta. Los paleontólogos llaman homínidos a todos los antropomorfos que forman parte del phylum al que pertenece el hombre. Los llaman así porque ha habido en este phylum antropomorfos que aún no son humanos, sino infrahumanos (aunque no simios, como lo son los póngidos); estos homínidos no hominizados son los ascendientes somáticos directos del hombre. Como la paleontología no dispone aún de suficiente número de restos fósiles, no puede describir con satisfactoria precisión, ni las formas de proliferación de los homínidos, ni el punto preciso de su hominizacíon.

Mientras el animal no hace sino «resolver» su vida, el hombre «proyecta» su vida. Por esto su industria no se halla fijada, no es mera repetición, sino que denota una innovación, producto de una invención, de una creación progrediente y progresiva

Pero esta evolución somática innegable deja en pie otro hecho que necesita ser tenido en cuenta e integrarse en la evolución, si hemos de dar razón completa del fenómeno humano: la esencial irreductibilidad de la dimensión intelectiva del hombre a todas sus dimensiones sensitivas animales. El animal, con su mera sensibilidad, reacciona siempre y sólo ante estímulos. Podrán ser y son complejos de estímulos unitariamente configurados, dotados muchas veces de carácter signitivo, entre los cuales el animal lleva a cabo una selección respecto de su sintonía con los estados tónicos que siente. Pero siempre se trata de meros estímulos. A diferencia de esto, el hombre, con su inteligencia, responde a realidades. He propugnado siempre que la inteligencia no es (…) sino la capacidad que el hombre tiene de aprehender las cosas y de enfrentarse con ellas como realidades. Y entre mero estímulo y realidad hay una diferencia no gradual sino esencial. Lo que impropiamente solemos llamar inteligencia animal es la finura de su capacidad para moverse entre estímulos, de un modo muy vario y rico; pero es siempre en orden a dar una respuesta adecuada a la situación que sus estímulos le plantean; por esto es por lo que no es propiamente inteligencia. El hombre, en cambio, no responde siempre a las cosas como estímulos, sino como realidades. Su riqueza es de un orden esencialmente distinto al de la riqueza del animal. Por esto, su vida transciende de la vida animal, y las líneas evolutivas del animal y del hombre son radicalmente distintas y siguen direcciones divergentes. El animal, por ejemplo, es un ser enclasado, el hombre no lo es. Por razones psico-biológicas, el hombre es el único animal que está abierto a todos los climas del universo, que tolera las dietas más diversas, etc. Pero no es sólo esto. El hombre es el único animal que no está encerrado en un medio específicamente determinado, sino que está constitutivamente abierto al horizonte indefinido del mundo real. Mientras el animal no hace sino resolver situaciones, incluso construyendo pequeños dispositivos, el hombre transciende de su situación actual, y produce artefactos no sólo hechos ad hoc para una situación determinada, sino que, situado en la realidad de las cosas, en lo que éstas son «de suyo», construye artefactos aunque no tenga necesidad de ellos en la situación presente, sino para cuando llegue a tenerla; es que maneja las cosas como realidades. En una palabra, mientras el animal no hace sino «resolver» su vida, el hombre «proyecta» su vida. Por esto su industria no se halla fijada, no es mera repetición, sino que denota una innovación, producto de una invención, de una creación progrediente y progresiva. Precisamente donde los vestigios de utillaje dejan descubrir vestigios de innovación y de creación, la prehistoria los interpreta como características humanas rudimentarias. (…)

Pero esta irreductibilidad no implica una cesura, una discontinuidad, entre la vida animal y la humana. Todo lo contrario. Si se acepta la distinción entre mera sensibilidad e inteligencia que acabo de proponer, es verdad que el animal reacciona ante meros estímulos, y que el hombre respondea realidades. Pero tanto en su vida individual, como en su desarrollo específico, la primera forma de realidad que el hombre aprehende es la de sus propios estímulos: los aprehende no como meros estímulos, sino como estímulos reales, como realidades estimulantes; tanto, que la primera función de la inteligencia es puramente biológica, consiste en hallar una respuesta adecuada a estímulos reales. El mero hecho de decirlo, nos muestra que, cuanto más descendemos a los comienzos de la vida individual y específica, la distinción entre mero estímulo y estímulo real se va haciendo cada vez más sutil, hasta parecer evanescente. Justamente esto es lo que expresa que no hay cesura entre la vida animal y la propiamente humana. No la hay en la vida individual, es sobradamente claro. Pero tampoco la hay en la escala zoológica. La vida de los primeros seres con vestigios somáticos, y tal vez psíquicos, de humanidad, los australopitecos, se aproxima enormemente a la vida de los demás antropomorfos. Por esto es tan difícil, y a veces imposible, saber si un fósil homínido representa o no un homínido hominizado.

II

Constituido el phylum humano por una inteligencia, hay en él una verdadera y estricta evolución genética, debida sobre todo a la evolución de las estructuras somáticas, pero también a la evolución del tipo de inteligencia, expresada en industrias caracterizadas por una unidad evolutiva casi perfecta. Es decir, que lo que hasta ahora hemos solido llamar «hombre», así en singular, en realidad aloja dentro de sí tipos de humanidad somática e industrialmente —esdecir, somática e intelectivamente— distintos, producidos por verdadera evolución genética intrahumana. No se trata de hombres distintos tan sólo por su tipo de vida, sino de tipos estructuralmente distintos, tanto por lo que concierne a su morfología como por lo referente a sus estructuras mentales. (…)

III

(…) Filosóficamente pienso que el hombre es el animal inteligente, el animal de realidades; algo esencialmente distinto del animal no-humano, que no está dotado sino de mera sensibilidad, es decir, de un modo de aprehender las cosas y de enfrentarse con ellas, como meros estímulos. Esta dimensión intelectiva se halla en unidad esencial, en unidad coherencial primaria, con determinados momentos estructurales somáticos: cierto tipo de dentición, de aparato locomotor, de manos libres para la prehensión y la fabricación de utillaje; cierto tipo de configuración y volumen craneal; cierto tipo de configuración y de organización funcional del cerebro; un aparato de fonación articulado, capaz de ser utilizado, en ciertos estadios, en forma de lenguaje. El lenguaje, en efecto, no es sólo cuestión de estructuras anatómicas macroscópicas de fonación, sino de organización funcional, la cual tal vez no se logre sino en estadios más avanzados de hominización. La unidad específica del hombre está, pues, asegurada: es la unidad esencial de inteligencia y de un tipo determinado de estructuras somáticas básicas. Hay, por tanto, en todos los hombres de que venimos hablando, lo que he llamado un esquema constitutivo transmitido por generación, es decir, hay un verdadero phylum genético. En su virtud, este esquema es, científica y filosóficamente, un esquema rigurosamente especifico. Recíprocamente, la inclusión de un antropomorfo en el phylum humano, constituye su rigurosa unidad específica con el hombre.Los representantes de todos estos tipos humanos son, pues, verdaderos hombres. De confirmarse el carácter innovador, creador, de la industria de los australopitecos, éstos poseerían una inteligencia, todo lo rudimentaria que se quiera, pero verdadera inteligencia, porque aprehenderían ya las cosas como realidades; serian verdaderos hombres rudimentarios…

Sin embargo, esta unidad filética, específica, aloja dentro de ella una diversidad muy grande. Esta diversidad no se refiere en primera línea a diferentes tipos de vida, sino a diferencias estructurales psico-somáticas. Las vidas son de diferente tipo porque lo son las estructuras psico-somáticas que las hacen posibles, y que en este sentido las definen. El arcantropo y el paleantropo tienen diferentes tipos de vida porque sus estructuras son diferentes. Lo que llamamos «modos» diversos de vida, son diferencias que se inscriben dentro de un tipo de vida ya estructuralmente definido. Entre los diversos arcantropos y entre los diversos paleantropos, unos individuos podían llevar, y seguramente llevaron, distintos modos de vida, como sucede también entre los neantropos. Pero todos los diferentes modos de vida de los arcantropos son vidas de un mismo tipo, distinto del tipo de vida de los paleantropos. La diferencia primaria es, pues, una diferencia de «tipo» de vida que pende de la diferencia de las estructuras psico-somáticas mismas.

La acción creadora no sólo no interrumpe el curso de la evolución, sino que es el mecanismo que termina de llevarla a cabo

(…) El homo sapiens no constituye una excepción en la historia evolutiva de la humanidad, sino que hacia él va dirigida ésta. (…)

Si se llama evolución, como debe llamarse, al proceso vital en el que genéticamente se van constituyendo nuevas formas específicas desde otras anteriores por una transformación que las determina intrínsecamente, entonces hay que afirmar que la hominización es evolución. La transformación determina la aparición del primer homínido hominizado. Pero por lo que concierne a la psique (el alma) esta determinación no es efección sino exigencia intrínseca. La acción creadora, en nuestro caso, no es sino un mecanismo evolutivo; es un factor integrado a la transformación germinal; es el cumplimiento intrínseco de la exigencia de ésta. Por esto, la acción creadora no sólo no interrumpe el curso de la evolución, sino que es el mecanismo que termina de llevarla a cabo. Porque, como decía antes, una especie que tuviera las estructuras somáticas transformadas que posee el homínido hominizado y no poseyera psique intelectiva, no hubiera podido subsistir biológicamente; se habría extinguido rápidamente sobre la tierra.

* * * *

Resumamos. La evolución es un hecho establecido razonablemente por la ciencia. Y admitir la evolución no significa conceder, por un lado, el hecho de la transformación de las estructuras somáticas y mantener, por otro, a la psique como algo que quedara inafectado por la evolución. No; la evolución afecta a la psique. Le afecta, ante todo, en su «tipificación»; la humanidad se va constituyendo evolutivamente a través de diversos estadios cualitativamente diferentes no sólo en su morfología sino también en su psiquismo. Y la evolución afecta también a la psique en la primera «hominización». La psique humana sólo puede florecer de muy precisas estructuras morfológicas, las logradas por transformación del plasma germinal del homínido no hominizado. Más aún, la psique humana no puede ser humana más que incluyendo como momento esencial suyo el psiquismo animal, pero no un psiquismo animal cualquiera, sino precisa y constitutivamente el psiquismo transformado del homínido inmediato antecesor suyo. Y esta unidad psico-somática se halla determinada intrínsecamente por y desde la transformación de las estructuras. Correlativamente, la evolución necesita integrar a ella la aparición de una psique intelectiva que es esencialmente irreductible a la pura sensibilidad. Si la evolución es de competencia de la ciencia, la índole de la inteligencia es de competencia de la filosofía. Al recurrir ésta a la causa creadora, lo hace integrando la creación de la psique al mecanismo evolutivo. La transformación germinal determina la morfología de un modo efector, pero determina la psique intelectiva de un modo exigencial intrínseco. En su virtud, la hominización y tipificación de la humanidad no es «evolución creadora» sino «creación evolvente». Desde el punto de vista de la causa primera, de Dios, su voluntad creadora de una psique intelectiva es voluntad de evolución genética (…)


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