Cine y valores
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El árbol de la vida

Juan Orellana. Director de Pantalla 90

El árbol de la vida



Director: Terrence Malick (2011)

Actores: Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastain, Joanna Going, Fiona Shaw. Año: Género: Drama.

Duración: 138 min

Hay películas que no permiten un análisis convencional y sobre las que es imposible escribir una crítica estándar. El árbol de la vida, ganadora de la Palma de Oro en Cannes y del premio de la crítica internacional en el Festival de San Sebastián, es de esas. Sus principales intérpretes son Brad Pitt, Jessica Chastain, Hunter McCracken y Sean Penn.

Su director es Terrence Malick, tan respetado y galardonado como poco prolífico (La delgada línea roja, El nuevo mundo…), un hombre introvertido, que no concede entrevistas y que con su última película ha afrontado su trabajo más arriesgado y fuera de cualquier esquema. No ha buscado contentar a las masas ni arrasar en taquilla: ha filmado una obra personal, espiritual, religiosa, mística, mucho más cercana al maestro ruso Tarkovski, que a cualquier director americano actual.

Ha contado con la memorable fotografía de Emmanuel Lubezki, música clásica selecta (François Couperin, Bach, Berlioz, Smetena, Mahler, Holst, Brahms…), y la partitura original del cuatro veces nominado a los Oscar Alexandre Desplat.

El árbol de la vida
Al acabar la película, uno se lleva una clara impresión: Dios es el verdadero protagonista de la historia, y el protagonista discreto de la vida concreta y personal de cada individuo

La película no es argumental, ni narrativamente lineal -casi todo es un flashback de los recuerdos de Jack O´Brien-, pero tiene una sencilla trama nuclear: en los años cincuenta, a una familia católica americana, los O´Brien, se le muere un hijo, el segundo de tres. El dolor ante tal pérdida se transforma en una pregunta frontalmente dirigida a Dios: “Señor, ¿dónde estabas cuando murió mi hijo?” Dios responde a través del libro de Job: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?”, frase con la que Malick abre la película (el acrónimo de Jack O´Brien es “JOB”). Todo el film es un intento de ilustrar este diálogo dramático entre Dios y el hombre herido por el mal y el dolor.

Este tema ya ha sido tratado cinematográficamente por directores como Bergman, Wenders o Dreyer, pero casi siempre desde una perspectiva existencialista, en ocasiones amarga o desesperanzada. Malick sin embargo da un salto mortal y trata de mostrarnos el punto de vista de Dios en ese dramático diálogo. La respuesta de Dios a la pregunta del hombre. Pero además contado desde la perspectiva divina. Es una de las pocas veces que el cine ha intentado representar explícitamente -filmar- el Misterio, que aquí toma la forma de una especie de llama o sustancia luminosa que abre y cierra la película -alfa y omega- y con la que nos encontramos en varios momentos. Dios despliega el Ser y la Creación como un desbordamiento de Amor que llega a cada hombre, a su nacimiento y a su muerte, formando parte ambos del mismo designio amoroso.

El árbol de la vida muestra todo esto con un recorrido visual por la creación, y apoyado por las voces en off que expresan el alma de los personajes y la pieza Lacrimosa, que el compositor polaco Zbigniew Preisner compuso para el Requiem por la muerte de su amigo, el gran cineasta Kieslowski.

El hombre pregunta y Dios responde con hechos. Es muy hermoso el primer plano del film en el que una muchacha abre una ventana y se asombra feliz ante el espectáculo del Ser. La señora O´Brien nos explica al principio de la película que hay dos caminos para el hombre, el de la naturaleza -que tiende a la autosatisfacción y la prepotencia- y el de la Gracia (mal traducido en la versión española por “lo divino”), un camino que no hace ascos a la incomprensión y al sacrificio.

Ante la muerte de su hijo ella va a recorrer el arco que va de la naturaleza a la gracia, para poder acabar afirmando: “Yo te lo entrego”. Pero el señor O´Brien, como veremos enseguida, parece haber elegido el camino de la naturaleza, al menos durante gran parte del film. La “exposición” de la Gracia no es un camino de rosas.

La película muestra el mal en toda su radicalidad: asistimos al descubrimiento paulatino del mal por parte de Jack, un niño que pasa de la inocencia al conocimiento del mal y de su seducción. El mal no culpable y el pecado deliberado: un accidente en una piscina, un mutilado, una casa incendiada,… y su odio, sus ganas de hacer el mal, sus venganzas, su crueldad gratuita. Y en él nace la conciencia dramática de la culpa: “¿Por qué hago lo que no quiero, por qué hago lo que odio?” También su padre, ferviente seguidor del camino de la autosuficiencia, el camino de la naturaleza, acaba reconociendo la gran verdad: “No soy nada”, y se arrepiente y busca el perdón.

Todo el pecado, el mal y el dolor que Malick nos muestra desemboca en un “más allá” que todo lo asume y lo sana. Y sobre ese Paraíso escuchamos el Agnus Dei del Requiem de Berlioz, El camino de la Gracia triunfa. De esa manera el final del film se emparenta con las novelas de Bernanos, en las que todo el río del mal desemboca en el océano de la Gracia: “Todo es ya Gracia”.

En este sentido es muy importante la homilía en off que pronuncia el sacerdote en el funeral de un vecino. Viene a decir que si ponemos nuestra esperanza en nuestra capacidad de bien, o en el amor a nuestros hijos, la vida nos decepcionará. Es necesario buscar algo imperecedero, algo que verdaderamente no caduque. Y a la vez que oímos esto, Malick nos muestra una cristalera que representa a Cristo.

Jack hace cuentas con todo esto cuando ya es un cincuentón de éxito en la gran urbe de los negocios. Ante el abismo de una sociedad basada en relaciones de poder, y en la que la “máscara” es la forma de relación habitual, Jack descubre en el repaso de su vida una Presencia que siempre le ha estado llamando por su nombre, a través de su madre, de su hermano,… incluso de su padre, y que ahora reconoce por fin. Estamos ante su conversión, simbolizada por un desierto en el que hay una puerta que Jack atraviesa para encontrarse con el Misterio, el rostro bueno del misterio en el que toda su vida adquiere un sentido de reconciliación y amor definitivo.

Al acabar la película, uno se lleva una clara impresión: Dios es el verdadero protagonista de la historia, y el protagonista discreto de la vida concreta y personal de cada individuo.

Otro gran tema de El árbol de la vida es el de la paternidad. El señor O´Brien quiere que su hijo mayor, Steve, llegue a ser un hombre de provecho, y para ello le somete a una disciplina excesiva y a un marcaje tremendo. Aunque es desproporcionado, cree hacerlo por amor. Su hijo no lo percibe así, y con el tiempo le llega a odiar. Pero también se puede leer en paralelismo con la paternidad divina: O´Brien quiere ser padre como un ejercicio de voluntarismo; Dios es padre como un ejercicio de amor. O´Brien aprenderá la diferencia gracias al dolor.

En cualquier caso, la película de Malick incluye el perdón y el arrepentimiento como categorías necesarias y son dos de los elementos que impiden que se pueda clasificar el film como New Age, como afirman ciertos críticos de cine.

Estamos ante una importante película llena de sentido religioso, y por tanto universal, pero se trata de un sentido religioso leído ya desde una mirada cristiana sobre la realidad. Una película contemplativa, conmovedora, que exige del espectador una implicación profunda si es que quiere realmente llegar a escuchar lo que Malick le quiere decir.

Juan Orellana. Director de Pantalla 90


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El dolor ante tal pérdida se transforma en una pregunta frontalmente dirigida a Dios: “Señor, ¿dónde estabas cuando murió mi hijo?” Dios responde a través del libro de Job: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?”

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