Saber mirar
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El Greco en la poesía

El Greco

José Camón Aznar
Dominico Greco


Crece el color, asciende. ¿Ángel o nube?
cuanto se alarga en alma se transforma.
La forma, siempre Dios; esta es la norma.
Alto el pincel, sobre los cielos sube.
Alto el pincel, sobre los cielos sube.
Alta la luz, las formas en desmayo.
Ya todo es ala, todo es ya viento.
Del espíritu el roce; solo intento
de forma. Hacia los cielos, rayo.
Más alto aún. Ya en la cima del vuelo,
los espacios en flor, en flor el cielo,
y allí el pincel se embriaga. Llama es la Cruz.
Fuego, el color. Los ángeles son lumbre.
El mismo Dios, pintado como cumbre.
¿Y la Gloria? Un éxtasis de luz”.



Rafael Alberti
A la pintura: “El Greco”


Aquí, el barro ascendiendo a vértice de llama,
la luz hecha salmuera,
la lava del espíritu candente.
Aquí,
la tiza delirante de los cielos
polvoreados de cortadas nubes,
sobre las que se vuelcan
en remolinos o de las que penden,
agarrados de un pie, del pico de un cabello,
o del cañón de un ala,
ángeles de narices alcuzas y ojos bizcos,
trastornados de azufre,
prendidos por un fósforo traído en un zigzag del aire.
Una gloria con trenos de ictericia,
un biliar canto derramado.
¿De dónde este volcán que arroja pliegues,
que arruga y desarruga
el fuego, que es capaz de hacer líquido el rayo
y de escorzar la voz de las tinieblas?
¿De dónde, aquí, hacia dónde
el lagrimal torcido
de coagulada lágrima casi en gota de lacre,
el devorado manto,
el tiritante traje tenebroso,
tinto de un vino tinto de la tierra,
abrasando los cuerpos
en invasión contra los deslumbrados
rostros o desceñidas manos frías en puntas
aspirantes a alas?
¿Qué es este evaporado, ciego aliento,
este vaho desprendido que achicharra,
esta lumbre incesante que hiela?
Lívida turbación, anhelo consternado,
ansia verde, amarillo
frenesí,
larga, desalentada, pálida lengua sola.
Tocad y sentiréis
que los brazos os cantan, os elevan,
diluyéndoos el peso, arrebatándoos
de gloria enlodazada o infierno transparente.
¡Oh purgatorio del color, castigo,
desbocado castigo de la línea,
descoyuntado laberinto, etérea
cueva de misteriosos bellos feos,
de horribles hermosísimos, penando
sobre una eternidad siempre asombrada!

El Greco


FRAY HORTENSIO PARAVICINO


Divino Griego, de tu obrar no admira
que en la lengua exceda al ser el arte,
sino que de ella el cielo, por templarte,
la vida deuda a tu pincel retira.
No el sol sus rayos por su esfera gira,
como en tus lienzos: basta el empeñarte
en amagos de Dios; entre a la parte
naturaleza, que vencer se mira.
Émulo de Prometeo en mi retrato,
no afectes lumbre, el hurto vital deja,
que hasta mi alma a tanto ser ayuda.
Y contra veinte y nueve años de trato,
entre tu mano y la de Dios, perpleja,
cuál es el cuerpo en que ha de vivir duda.



LUIS DE GÓNGORA:
Al sepulcro de Dominico Greco, excelente pintor


Esta en forma elegante, oh peregrino,
De pórfido luciente dura llave
El pincel niega al mundo más süave,
Que dio espíritu a leño, vida a lino.
Su nombre, aun de mayor aliento dino
Que en los clarines de la Fama cabe,
El campo ilustra de ese mármol grave.
Venérale, y prosigue tu camino.
Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte, y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces —si no sombras, Morfeo.—
Tanta urna, a pesar de su dureza,
Lágrimas beba y cuantos suda olores
Corteza funeral de árbol sabeo.

Paravicino, por El Greco


LUIS CERNUDA
Fray H.F. Paravicino, por El Greco


Sentado ahí, en dejadez airosa,
La mano delicada marcando con un dedo
El pasaje en el libro, erguido como a escucha
Del coloquio un momento interrumpido,
Miras tu mundo y en tu mundo vives.
Tú no sufres ausencia, no la sientes;
pero por ti y por mí sintiendo, la deploro.
El norte nos devora, presos en esta tierra,
La fortaleza del fastidio atareado,
Por donde sólo van sombras de hombres,
Y entre ellas mi sombra, aunque ésta en ocio,
Y en su ocio conoce más la burla amarga
De nuestra suerte. Tú viviste tu día,
Y en él, con otra vida que el pintor te infunde,
Amigo, amigo, no me hablas. Quietamente
Existes hoy. Yo ¿estoy viviendo el mío?
¿Yo? El instrumento dulce y animado,
Un eco aquí de las tristezas nuestras.


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