Escuela de padres
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Educar en la reflexión (IV): La lectura

La reflexión arrastra tras de sí todos los valores humanos. Y para cultivarla, hay que aprender a escuchar, a observar, a leer, que, si bien se mira, en el fondo viene a ser lo mismo.

La lectura

Nos centraremos ahora en la lectura, siguiendo algunas sugerencias del P. Morales. A las puertas del verano es bueno reservarle tiempos largos y sosegados. La madurez en el pensamiento se alcanza en el dominio de la palabra.

Selecciona tus lecturas

Elegir un libro es tan importante como escoger a un amigo. No olvides que los libros que devoramos, nos devoran. Si son superficiales, nos hacen ligeros; si profundos, observadores y reflexivos. Abrir un libro es confiar a su autor el pilotaje de nuestra alma, decía san Basilio. Selecciona los libros con el mismo cuidado con que eliges tus alimentos. Las bibliotecas son santuarios del espíritu. Pero también en ellas hay roedores que carcomen el alma. Un libro puede ser cuna o sepulcro de un héroe o un santo. Hay que saber elegir: libros realistas, escritos por pensadores vigorosos. Si poseen agilidad y soltura de estilo, mejor. La amenidad contribuye a la mejor asimilación si no te quedas ahí, en la corteza, en la superficialidad de un gustillo pasajero.

No a lecturas que engorden la imaginación o el sentimentalismo y, por tanto, enerven la voluntad. No a lecturas sólo por la novedad, para estar al día y bailar al compás de la moda cambiante. Por querer estar al corriente, te expones a dejarte llevar de la corriente. Muy importante: déjate aconsejar por quien sabe. No sólo de literatura, sino de la fe, del pensamiento, de moral y de la vida.

La lectura
Abrir un libro es confiar a su autor el pilotaje de nuestra alma. Selecciona los libros con el mismo cuidado con que eliges tus alimentos. Las bibliotecas son santuarios del espíritu. Pero también en ellas hay roedores que carcomen el alma. Un libro puede ser cuna o sepulcro de un héroe o un santo

Sin prisas

Una vez elegido el libro, calma para leerlo. Se dice que la pasión por la lectura es una preciosa cualidad intelectual. En realidad, es un defecto. Como las demás pasiones turba el espíritu, acapara, esclaviza. Tienes que leer de forma inteligente, no apasionada. La lectura desordenada embota el espíritu. Lo inutiliza para la reflexión, para la asimilación, para mejorar tu vida. Pequeñas excitaciones constantes provocadas por esta pasión arruinan energías, como la constante vibración desgasta el acero.

Lee sin prisas, para formarte. Lecturas rápidas y devoradas con afán no hacen más que asnos sabios (Montaigne). La lectura reflexiva nos eleva sobre las mezquindades de la tierra. Nos sustrae al torbellino de las pasiones. Elimina la rutina, ese gran escollo donde naufragan tantos. Una lectura bien elegida nos suministra argumentos para defender y propagar nuestra fe, para adquirir criterio.

No cantidad ni afán de estar a la moda

No creas que sólo por leer mucho te cultivas más. No olvides que hay una pseudocultura libresca y utilitaria cultivada con diligencia por diletantes superficiales y frívolos. Gente que pretende fatuamente saber de todo, hablar de todo. Es locura proponerse estar informado de cuanto en el mundo se ha dicho y hecho. ¿Que no leo a tal autor de quien hablan todos? Pues tampoco sé japonés, ni tocar el violoncello, ni conozco física nuclear, ni sé jugar al polo, ni construir un cohete. No por eso me considero socialmente descalificado ni culturalmente marginado.

La lectura

En lugar de la tele

La lectura nos hace disfrutar de un privilegio único al acercarnos a los grandes genios. Abre nuestro espíritu para que contemplemos los mismos horizontes de los grandes hombres. Invirtamos en la lectura el tiempo que despilfarran otros en bagatelas. Lee en viajes, en casa, sustituye la dependencia televisiva –que no ayuda a pensar, antes bien engendra el vicio de la pasividad- por una sana y estimulante afición a la lectura.

Lee para comprender

Una lectura provechosa requiere esfuerzo para comprender lo que leemos, luchar contra la pereza. Los libros son postes indicadores. Un libro es una señal, un estimulante, una ayuda, un iniciador, pero no es un sustitutivo. Hay que partir del libro, no quedarse en él. Los libros son cuna, no tumba. Hay que asimilar, hacer nuestro lo que leemos. «Aunque se advierta en ti impresa la semejanza del autor que más te admira, quiero que seas semejante a él, no como imagen, sino como hijo» (Séneca) Las ideas son de quien hace con ellas cuerpo y sistema, y les da forma definitiva e imperecedera. Este trabajo de asimilación y de estructuración nos proporcionará grandes alegrías.

Escribe, anota, guarda

La lectura

Cuando un pensamiento hiere, cáptalo y anótalo. Si no lo haces, la siguiente frase se encarga de borrarlo, y al cabo de unas horas de lectura no queda nada. Un minuto de reflexión, captando y anotando, ensancha y dilata el espíritu más que muchas horas de lectura superficial. Puede sernos muy útil tomar la cita en una ficha, al pie de una palabra clave, y poco a poco ir elaborando un fichero que contenga las pepitas de oro que hemos encontrado a través de nuestras lecturas.

Haz vida lo bueno

Debemos encarnar en la vida las ideas nobles mediante resoluciones concretas, sencillas. Las ideas sólo se asimilan cuando se viven. De la lectura pueden nacer un día grandes propósitos, criterios nobles, resoluciones morales y espirituales.

Leer acerca de Dios y del hombre

Cuando leas sobre Dios «no ha de ser con pesadumbre, ni pasando muchas hojas, mas alzando el corazón a nuestro Señor. Suplicadle hable a vuestro corazón mediante aquellas palabras y que os dé el verdadero sentido de ellas [...] Tened, a lo que leéis, una descansada y mediana atención que no os cautive, ni impida la atención libre y levantada que al Señor debéis tener. Leyendo de esta manera, no os cansaréis... Alguna vez, conviene interrumpir el leer por el pensar alguna cosa que de el leer resultó, y después tornar a leer, y así se van ayudando la lección y la oración» (San Juan de Ávila) El impacto de la lectura arranca con frecuencia la orientación de una vida. Abundan los ejemplos en la historia: Santa Teresa, San Ignacio de Loyola, San Agustín, Donoso Cortés, Edith Stein…

A veces los padres o los educadores no nos atrevemos a dar a nuestros hijos claves de sentido. Nuestros hijos e hijas están inmersos en un mundo que les fascina hasta hechizarlos, hasta dejar inútil nuestra palabra y nuestra razón. Para un espíritu inmaduro o irreflexivo hay relatos, poemas, ensayos, que son veneno. Como suele decir Santiago Arellano, todo se puede leer... pero no todos pueden ni deben leerlo todo. La lectura es una actividad compleja que exige un espíritu crítico, y éste, a su vez requiere tener formado un criterio. La auténtica libertad no es simple fruto de la audacia, sino de saber sortear y medir las embestidas de las ideas y las imágenes, de la misma manera que el valor no te libra de los derribos de la vaquilla si no conoces y estás ejercitado en sus inclinaciones, trampeos y querencias. Lectura con criterio. Es imprescindible aprender a pensar, leyendo… y para leer.


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