Escuela de padres
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Educar en la reflexión (III): El peligro de la superficialidad

Es un síntoma alarmante que muchos hombres y mujeres hoy, “acostumbrados en la juventud a la vida superficial y frívola, siguen en la edad madura rezumando una ligereza que espanta, al evadir graves responsabilidades familiares o profesionales.”

El peligro de la superficialidad

La educación de la reflexión se hace absolutamente esencial y urgente en una circunstancia como la nuestra, en la que todo a su alrededor arrastra a niños y jóvenes desde los primeros años, en pueblos y ciudades, a vivir fuera de sí, dispersos, alocados.

Televisión, Internet, cine, revistas, publicidad, consumismo…, influyen más que todos los colegios y universidades juntos, arrastran sin oposición alguna hacia la superficialidad. Vivimos en gran medida de impresiones, sensaciones, impulsos emocionales. Y por eso la inestabilidad caracteriza nuestras vidas. Detrás de la superficialidad viene la frivolidad, y detrás de ésta, sin demora, la debilidad del carácter, la blandura de la voluntad, la inconstancia, la incapacitación para el esfuerzo mantenido, la vanidad, el empobrecimiento vital. Una juventud se pierde si no hay educadores que la hagan reflexionar.

Ser reflexivo es ser profundo

El peligro de la superficialidad

La reflexión lleva no sólo a constatar sin ilusionismos la realidad, sino a transformarla con valentía. Para ello es preciso buscar la verdadera causa de los acontecimientos que nos rodean, y también de nuestras propias decisiones y elecciones. Conocerse y conocer a los demás, conocer bien un corazón humano, el propio, es conocer el de la humanidad. No es bueno dejarse llevar de la verborrea de palabras e imágenes que bombardean la conciencia, sin dejar tiempo para reflexionar, para separar el grano de la paja, la apariencia de la realidad. Ser reflexivo es profundizar en el ser de las cosas, en su valor y en su sentido.

Palabras, noticias, encuestas, imágenes impactantes golpean nuestra mente y nuestros sentidos. Los medios de comunicación, a un ritmo cada vez más trepidante, aturden la percepción de las audiencias con titulares sensacionalistas, hechos morbosos, juicios precipitados y provocadores. A menudo no muestran la realidad como es. Un experto en comunicación señalaba a sus alumnos, profesionales del periodismo: “-Noticia es aquello que hace exclamar a un espectador: ¡Atiza!”. Se trata entonces de acaparar la atención, de fascinar al lector, oyente o espectador, de mantenerle atento y a merced de los estímulos sensibles que se le envían desde tabloides, receptores de radio y pantallas. Mensajes que a menudo no presentan elementos de juicio consistentes, que sólo trasladan calificativos manipuladores, eslóganes persuasivos, imágenes seductoras. No dar tiempo para pensar, no dar tiempo para aburrirse, introducir ritmos frenéticos al informar, al narrar, al opinar; cambiar enseguida, entretenerse para pasar el tiempo, para que el tiempo pase sin dejar ni reflexión ni huella.

El peligro de la superficialidad
Vivimos en gran medida de impresiones, sensaciones, impulsos emocionales. Y por eso la inestabilidad caracteriza nuestras vidas. Detrás de la superficialidad viene la frivolidad, y detrás de ésta, sin demora, la debilidad del carácter, la blandura de la voluntad, la inconstancia, la incapacitación para el esfuerzo mantenido, la vanidad, el empobrecimiento vital. Una juventud se pierde si no hay educadores que la hagan reflexionar

Insoportable superficialidad

Superficialidad e inestabilidad empobrecen al hombre si carece de una formación humanística que equilibre sus facultades. Atrofian su vida racional y acaban reduciéndole a un animal que se mueve sólo por instintos y reflejos sensoriales.

La superficialidad caracteriza a una mentalidad ávida de divertimiento (una reunión, un libro, el matrimonio, una actividad de catequesis, una clase, el trabajo, etc. serán buenos si son divertidos), que huye a toda velocidad hacia la periferia del ser, que en realidad es inconsistencia pura. Es «la insoportable levedad» de un ser que en realidad no se sabe para qué es, porque ha sido desvalorizado, porque se desconfía de la razón y de la fe como agentes rectores de la persona. Una enfermedad mortal se avecina: la intrascendencia inaguantable de la vida, que lleva a la destrucción del hombre por medio de su vaciamiento interior.

Una persona superficial no profundiza porque no reflexiona. Reflexionar requiere tiempo, silencio, capacidad de observación, diálogo sereno, meditación, criterio.

Una persona superficial se queda en la apariencia, en la espuma de las cosas, personas, palabras, decisiones, actitudes. No será capaz de apreciar la importancia de los largos plazos, de la paciencia y de la esperanza en la formación de la personalidad.

Una persona superficial se deja llevar de ideas subjetivas. No discierne entre opiniones, se deja llevar por simpatías y antipatías, o por intereses. Las ideas subjetivas, que no miran a la verdad ni a la equidad, no suelen ser originales. En la mayoría de los casos son plagio de lo que se ve, se oye, se lee, de lo que se lleva en el momento con éxito aparente y llamativo. El superficial olvida que la moda es lo que antes pasa de moda, los triunfos masivos los que antes se desvanecen.

El peligro de la superficialidad

Profecía luminosa

Escribía Pío XII, anticipándose a su tiempo: “Es de suma importancia formar cuidadosamente el sentido crítico de los jóvenes, a la edad en que se abren a la vida cívica y social. No ciertamente para halagar el gusto por la crítica a la que dicha edad está excesivamente inclinada, ni para favorecer su espíritu de independencia. Se trata de enseñar a pensar y vivir como hombre, en un mundo en que los medios de difusión de las noticias y las ideas han adquirido una fuerza de penetración tan apremiante. Saber leer un periódico, juzgar una película, criticar un espectáculo, saber, en una palabra, conservar el dominio del juicio y de los propios sentimientos contra todo cuanto tiende a despersonalizar al hombre, esto se ha convertido en una exigencia de nuestro tiempo.”


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