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Dignidad… ¿ y Dios?

UNA RESPUESTA DESDE LA FE

Alfonso Aguiló
www.interrogantes.net

Concepción trascendente de la dignidad

La noción de derechos humanos implica que hay una dignidad natural inherente al hombre, que se impone a todos, hasta tal punto que los hombres no pueden negarle la humanidad a ninguno de sus semejantes, ni privarle de ninguno de esos derechos.

Conviene reflexionar acerca de esa singular dignidad. El hombre es irrepetible, es un fin en sí mismo y no un medio, y nunca puede considerarse un simple elemento de una especie. ¿Por qué el hombre es de una condición distinta a la de los animales? ¿Por qué tiene esos derechos inalienables? ¿Por qué no puede tener precio?

Se han dado a esta pregunta muchas respuestas, pero pienso que el único fundamento inquebrantable de los derechos humanos está en el hecho de que Dios ha conferido al hombre esa dignidad.

— Pero esa referencia a Dios supone creer en Dios, y no todos los hombres son creyentes.

Siempre habrá más respeto al hombre desde una concepción trascendente que cuando se ve la vida como un simple suceso en el tiempo que se disuelve un día con la muerte

— No pido a nadie que crea si no quiere o no puede creer. Simplemente doy una posible respuesta desde la fe. No es necesario creer, pero creer permite proteger mucho mejor el enunciado de estos derechos: el creyente –si es coherente con su fe– espera descubrir en todo ser humano a un semejante, o más bien a un hermano, precisamente por tener un padre común.

Lo que sería sin Dios

Es una respuesta desde la fe que, por otra parte –y afortunadamente–, está en las raíces de nuestra civilización y de cuanto concedemos a la dignidad de las personas. Echando una mirada a la historia, da la impresión de que muchos aspectos de la naturaleza humana estarían probablemente sumidos en la penumbra si la tradición cristiana no los hubiera proclamado.

Siempre habrá más respeto al hombre desde una concepción trascendente que cuando se ve la vida como un simple suceso en el tiempo que se disuelve un día con la muerte.

Si el hombre no es más que un animal extraordinariamente desarrollado, ¿qué razón de peso habrá para no llegar a convertirlo un día en un animal de laboratorio? ¿Qué impedirá considerarlo como un conglomerado de moléculas, modificable al capricho de los manipuladores, que se creerán dueños de su futuro? Una referencia trascendente es decisiva para dotar al hombre de inviolabilidad.


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