Humanizar la salud
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Ahora mi vida no me pertenece

Al servicio de los que necesitan ayuda

Edith Stein: Estrellas amarillas

Edith Stein
Si los que estaban en las trincheras tenían que sufrir esto, ¿por qué habría de ser yo una privilegiada?

“Los que han crecido en la guerra o después de la guerra no pueden ni imaginarse aquella seguridad en la que creíamos vivir hasta 1914. La paz, la tranquila posesión de los bienes, la estabilidad de las relaciones cotidianas, constituían para nosotros como un inconmovible fundamento de la vida. Cuando, finalmente, percibimos que se acercaba inexorablemente la tempestad, todos intentamos atisbar con claridad el proceso y el desenlace. Una cosa era segura: se trataba de una guerra distinta de las anteriores. Una destrucción tan horrorosa no podía durar mucho tiempo. En unos meses todo habría pasado...

Ahora mi vida no me pertenece, me dije a mí misma. Mis gentes necesitan ayuda. Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales.

Al día siguiente, domingo, fue la declaración de guerra. Rose vino a saludarme. Por ella supe que se preparaba un curso de enfermeras dirigido a estudiantes. Inmediatamente me inscribí y, a partir de ese momento, iba todos los días al Hospital de Todos los Santos. Asistía a clases sobre cirugía y epidemias de guerra y aprendí a hacer vendajes y a poner inyecciones... Durante el curso tuvimos que declarar si nos poníamos a disposición de la Cruz Roja, si solamente en el territorio de Breslau, si para la provincia o sin ningún límite.

Por fin llegó mi destino. Por parte de mi madre, que no hacía mucho tiempo se había quedado viuda,encontré una fuerte resistencia. Yo no le dije ni una palabra de que se trataba de un hospital de contagiosos. Ella sabía muy bien que no podría disuadirme con el argumento de que ponía en peligro mi vida. Por ello lo que me argumentó como medio para asustarme fue que los soldados venían del frente con la ropa llena de piojos y que de esto no tendría modo de defenderme. Realmente esto era un tormento al que yo tenía verdadero horror, y mi madre lo sabía. Pero si los que estaban en las trincheras tenían que sufrir esto, ¿por qué habría de ser yo una privilegiada?

Como estos argumentos de mi madre no surtían efecto, me dijo con toda su energía: “- No irás con mi consentimiento”. A lo que yo repuse abiertamente: “- En ese caso tendré que ir sin tu consentimiento”. Mis hermanas asintieron a mi dura respuesta.


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